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Carlos Chausson, por la puerta más grande

MÚSICA CRÍTICA

Carlos Chausson, por la puerta más grande

Carlos Chausson (Zaragoza, 1950) es ¡quién lo duda! uno de los grandes cantantes españoles del último medio siglo. Su nombre, junto con los de Victoria, Carlos Álvarez, Aragall, Bayo, Berganza, Caballé. Domingo, Kraus, Lavirgen, Lorengar, Pons y quizá alguno más, han brillado en la escena internacional con fuerza y solvencia. Ahora a sus 72 años, ha decidido retirarse con la dignidad que siempre ha distinguido su modélica carrera. Un ejemplo para otros cantantes que optan por arruinar su prestigio arrastrándose por los escenarios estrujando la gallina de oro.

Y lo ha hecho con un espectáculo agudamente titulado La Commedia è (in)finita, pero impropio de su carrera. Aliado con una dramaturgia casera diseñada por Piti Español y dirección escénica ad hoc de Joan Font. Todo combinado con las gracietas del «comunicador» Ramon Gener, quien aquí, engolado, hace hasta de astuta Susanna en el dúo inicial de Las bodas de Fígaro, con un Carlos Chausson que en toda la noche fue lo único digno y superlativo. Bueno, y los segundos que Gener hizo escuchar la Mimì prodigiosa de su «maestra» Victoria de los Ángeles.

Noble entre los más nobles, Chausson se ha dejado llevar por los aspectos más personales de una carrera plagada de acontecimientos. El relato cautiva por su honestidad. También por la contagiosa entidad artística y humana del protagonista. Se cuentan anécdotas, teñidas de frivolidad y ligereza. «Iba para ingeniero y me quedé en cantante bufo», y cosas así. Y el público, empático, se divierte, se ríe y, en definitiva, pasa un buen rato. Gener se sale de su espacio para adquirir rango coprotagonista, con lo que el relato de la vida del «presentador», sus peripecias cobran presencia desmesurada en un espectáculo que debería glosar la trayectoria de la figura en retiro y nunca la de su «presentador».

Un acontecimiento tan importante en la carrera de una estrella de la ópera como es su despedida tendría que haber tenido enjundia más allá de la cosa resultona. Claro que Chausson ha sido uno de los grandes bufos de su tiempo -«que siempre ha soñado con hacer las grandes papeles dramáticos de bajo, como un Filippo II o un Borís», dijo Gener en su empeño de amenizar la cosa-, pero esta despedida tendría que haber dejado de lado la bufonería para adentrarse con mayor hondura en el calibre artístico y humano de un Carlos Chausson que, en cualquier caso, salva el espectáculo con la veracidad y sinceridad sin fisuras que siempre ha caracterizado su carrera.

Naturalmente, el «bajo bufo» cantó. Con la clase de siempre. Incluso la primera aria de bajo de El Mesías; recordó la impresión que le causó Simon Estes al comienzo de su carrera y hasta cantó por los Beatles un Let It Be acompañado al piano por el omnipresente Gener, que aquí reemplazó al toda la noche estupendo pianista Ignacio Aparisi. También sus veinte años en la Ópera de Zúrich –«donde cantó todo», dijo Gener-, o sus años de formación en Estados Unidos. Carlos Chausson se va en plena forma. Cantando tan estupendamente como siempre. Un ejemplo, como fue en su día su inolvidable paisana e igualmente gloriosa Pilar Lorengar, que se fue de los escenarios sin que ni siquiera el director que dirigía aquella función berlinesa de Tosca supiera hasta antes del comienzo que era la última. Como ella, Carlos Chausson se va discretamente. Por la puerta de la honestidad y el respeto al público y a la música.

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