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El joven Vicent visita al maestro Fuster

El Ministerio de Cultura homenajea en el Museo del Romanticismo en Madrid al escritor de Sueca por el centenario de su nacimiento

Manuel Vicent, Juan Cruz, Espido Freire, Salvador Ortells y Mercedes Cebrián participaron en el Museo Nacional del Romanticismo de Madrid en el acto: "Joan Fuster: antropomórfico por casualidad" Levante-EMV

Cuando Manuel Vicent, ahora veterano famoso por su literatura y por su manera de explicar el alma nacional, era un joven estudiante que pugnaba por saber Derecho, tuvo la pulsión que entonces dominaba entre los jóvenes valencianos letraheridos: conocer a Joan Fuster.

Así que el que sería autor de Tranvía a la Malvarrosa se acercó a Sueca, tocó en la puerta de madera de la casa vieja del filósofo valenciano más influyente de aquel tiempo, en la era del franquismo, y saludó al maestro como quien pone a disposición de otro la alegría de conocerlo y la admiración que lo llevaba a hacer aquel viaje que sería el primero de una saga de aprendizaje y amistad.

Como Vicent aun no dominaba el valenciano, le pidió excusas al veterano maestro, defensor del catalán como lengua propia cuando este idioma era perseguido por innoble, pero Fuster le dijo: «No te preocupes. Aunque no lo sepas, tú piensas y escribes en valenciano».

Contó Vicent «esa primera vez con Fuster» en el homenaje que el Ministerio de Cultura le dedicó anteayer al escritor de Sueca por su centenario. A Vicent lo introdujo en el acto de reconocimiento otra valenciana, María José Gálvez, directora general del Libro, en un acto que tuvo otros contertulios, la escritora Mercedes Cebrián, autora del prólogo de Sagitario, libro de aforismos de Fuster, y Salvador Ortells Miralles, director del Museu Fuster en Sueca.

Vicent aprendió mucho de Fuster, le dijo a María José Gálvez y al público que llenaba una de las salas del Museo del Romanticismo, donde se celebró el homenaje. Aprendió, por ejemplo, «a pensar de una forma crítica», a tratar de ejercer, como él, el humanismo que deviene en poesía o en humor, y a sentir que la amistad entre el de Sueca y Josep Pla, «ambos neopositivistas», era una senda saludable para ejercer la literatura fijándose más en lo que pasa que en lo que uno se imagina que pasa.

Manuel Vicent firma un ejemplar. Levante-EMV

Luego de ese primer conocimiento, Vicent compartió excursiones filosóficas o terrenales con Joan Fuster. Acompañó a éste y a Raimon, por ejemplo, a la isla de Tabarca, comprendió que era un personaje «tan proteico» que era difícil imaginarlo teniendo una sola idea de las cosas, así que era imposible poner sobre él, sobre su prosa o sobre su pensamiento, «un único foco». Era, lo describió, «un hombre alto y flaco, que comía y fumaba a la vez, y que además mientras hacía ambas cosas también tenía a mano un whisky que, lo que son las cosas, combinaba con tortilla española». A él le resultaba insólito que, además, Fuster fuera capaz de comer paella por la noche. Pero, sobre todo, llegaba a inquietarle que hablara sin tapujos, e irónicamente, contra Franco en plena salud del dictador.

Era abogado, pero lo que le importaban eran los libros y los periódicos, lo que escribía y aquello que era sustancia de su escritura, que fue además el núcleo de su sustento. Porque aquella carrera, la abogacía, le sirvió solo una vez, señaló Vicent, «cuando salvó de un pleito a un gitano». Relató el autor de Pascua y naranjas algunas amistades especialmente trascendentes para Fuster, como el músico Raimon, el periodista Vicent Ventura o el escultor y pintor Andreu Alfaro, y las excursiones que hacía los lunes para encontrarse, en Valencia, con sus contertulios más queridos.

Recordó Vicent que Fuster estaba en Casa Pedro, aquel reducto poético y gastronómico, cuando Raimon cantó por primera vez Al vent. Era una especie de papa (como también lo llamaba el cantante de Xátiva) al que muchos iban a adorar, no solo porque era famoso, sino sobre todo porque influía en el pensamiento y en la vida de aquella sociedad a la que regaló uno de sus libros más decisivos para explicar su influencia, Nosaltres els valencians.

«Era un intelectual relativista, no era en absoluto un fanático, y era irónico. Un maestro. Tú dices Fuster y sobran las palabras: ya está dicho todo sobre este hombre irrepetible».

Tenía, se dijo también, la ironía propia de los que saben rectificar. Por eso, como dijo de él Raimon, tenía la virtud de «no quedarse quieto; su pensamiento evolucionaba y se corregía a sí mismo. No se creía en posesión de ningún evangelio». Mercedes Cebrián y Salvador Ortells, que glosaron la ironía y la pertinencia de los aforismos de Fuster, incidieron en este aspecto: el filósofo de Sueca fue un hombre libre que se reía también de la solemnidad que cayó sobre él como un foco que no quiso.  

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