Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Decenas de personas esperan para entrar al «vacunódromo» del Museo Príncipe Felipe de València para recibir la vacuna contra el coronavirus.

Punto de encuentro generacional

Recibir la vacuna no solo es asegurarse la inmunidad ante la covid-19, es un símbolo de cierre de etapa y, en algunos casos, la oportunidad de reencontrarse con rostros conocidos de la misma generación y amigos olvidados

Ve pasando que tienes cola!», grita un hombre que sale del recinto de vacunación contra la covid-19 de Paterna en tono burlón. «¡Hombreeeee!», contesta su interlocutor justo antes de soltar una carcajada. Se conocen de toda la vida, pero llevaban años sin verse. Ha tenido que venir una pandemia mundial y su esperada y esperanzadora vacunación para que estos dos colegas se vuelvan a encontrar. Es una escena que se vivió en el pabellón de deportes del municipio de Paterna hace unos días, pero podría haberse visto en cualquiera de los puntos de inyección de la Comunitat Valenciana.

A Lorenzo y María José les ha pasado. Son de Benimàmet. Amigos de siempre. Se encontraron en la cita de la primera dosis y esta semana quedaron para asistir juntos a la segunda y ponerse al día. «Con el trabajo es complicado sacar tiempo, aquí no hay excusa», dicen. Con todo, ellos sí mantienen el contacto. Al entrar al pabellón donde se consuman los pinchazos, coincidieron con toda su «quinta». La tropa del barrio. La de los 80. «En la cola y cuando esperas para irte. De repente te encuentras con toda tu generación, compañeros de clase, vecinos, están todos». Y ahí comienza el diálogo de acercamiento. «¿Cómo te va la vida?», «¿Y los niños?» También, como es evidente, el tema de la inmunidad es el más recurrente.

"Es emocionante volver a ver a compañeros de clase que no veía desde el colegio. Aunque vivimos al lado, es difícil quedar"

Elena . Vacunada en Paterna

«Ale, ya estamos, superpoderes», suelta un hombre con la mano derecha presionando el brazo izquierdo mientras sale del recinto. Elena sigue el mismo camino. La mujer, también del barrio del Parc Lineal, lo hace acompañada de otras señoras, aunque es la única que se para a hablar con Levante-EMV. Define como «gozoso» el hecho de reencontrarse con compañeros de clase que «no veía desde el colegio». Resulta interesante, dice Elena, adivinar por fin cómo habían sido sus vidas tras años hipotetizando con las amigas más cercanas. «Nada más entrar ya estaba buscando a ver con quién me sentaba para conversar. Cuando vine a la primera dosis ya me llevé una sorpresa al comprobar que había tanta gente que conocía», recuerda tras inyectarse la segunda de Pfizer.

La crisis sanitaria, además de un virus desconocido, ha traído distancia. Si las familias llevaban meses sin verse, volver a retomar el contacto con aquellas personas que hace tiempo que no compartes espacio, es más difícil todavía. Algunos de los testimonios recogidos por este diario definen estos encuentros como un «fin del círculo», como un «símbolo» o una «metáfora» de lo que se llevó el coronavirus. Son las reuniones sociales, aquellas que anhelamos durante meses y que ahora, con la vacuna puesta, cada vez están más cerca de volver a ser una realidad.

"He coincidido con una vieja amiga en el autobús y antes de entrar nos hemos tomado un café para ponernos al día"

Trini . Vacunada en València

Sala de reposo: «parece una cafetería»

«¡Prueba superada!», es lo primero que dice una mujer por teléfono al abandonar el espacio habilitado en la Ciutat de les Arts i les Ciències de València para inyectar los fármacos anticovid-19, más conocido como el «vacunódromo». La zona de espera después del pinchazo —15 minutos para público en general y 30 para quienes son alérgicos a algún medicamento— para asegurar que no hay ninguna reacción al producto clínico, parece «más una cafetería que una zona de descanso», comenta, por su parte, Estefanía, una enfermera que trabaja en el pabellón habilitado. Y no porque haya muchos grupos conversando entre sí, sino porque los teléfonos protagonizan la función. «Llamadas, videollamadas, incluso tours por toda la sala, yo no dejo de recordar que es una zona de reposo, por si acaso hay alguna reacción», detalla entre risas. Con todo, sí hay personas que rechazan entretenerse con pantallas y comentan la jugada. Como Trini y Loli. Son de un barrio de València y amigas «de la juventud», así lo matizan ellas mismas. «Nos hemos encontrado en el autobús y antes de entrar hemos aprovechado para tomar un café», responden a la pregunta de este periódico.

Amparo y Juani, por otra parte, se sientan a unos pocos metros. Acudieron también hace unos días a por la segunda pauta de inmunidad contra el virus internacional. Fueron juntas, son compañeras de trabajo y vecinas de Campanar. «Aquí nos hemos encontrado a Ana, de quienes somos clientas habituales», ríen mientras la aludida sonríe. «Trabajo en un supermercado en el barrio y hacía tiempo que no coincidíamos. Ha tenido que ser justo aquí», dice, por su parte Ana mientras revisa el móvil. Precisamente este año se han visto mucho. Sí, pero de manera distinta. Como toda la sociedad, se han acostumbrado a reconocerse tras la mascarilla. Con todo, en los primeros momentos de marzo de 2020, a diferencia del resto de sus círculos sociales, Amparo y Juani no dejaron de saber de Ana. «Íbamos a comprar y la veíamos casi todas las semanas, es curioso acabar — por decirlo de alguna manera— esta etapa con ella, ahora que todas estamos vacunadas», reflexiona una de ellas tras recibir la inyección de Pfizer.

A la otra punta de la sala están Luisa y Rocío. Vienen a por su primera dosis y su encuentro sí ha sido una sorpresa. La primera se fue a trabajar al extranjero y con la pandemia volvió a su ciudad natal, València. Desde hacía cinco años no se veían. Entre tanto, han sido madres y han cambiado de trabajo. Han llorado la muerte de familiares cercanos y han ido de viaje. Todo eso se lo cuentan inclinadas la una hacia la otra en la sala de espera. Y lo comparten con este periódico. De vez en cuando la una le agarra el brazo a la otra a modo de acercamiento y cariño. «Sí que hacía tiempo, sí», explican sin dejar de mirarse. Se intuye que sonríen por la forma de los ojos. Para ellas, venir a vacunarse sí que ha sido todo un acontecimiento.

"Hemos topado con una compañera de Bachillerato, que ahora resulta que es enfermera. ¡Cómo es la vida!"

Elvira . Vacunada en València

Volver a empezar tras la inmunidad

Un punto de vacunación. Un punto de partida. Y también, un punto de encuentro. La relajación de las restricciones es una buena excusa para introducir propuestas de hacer alguna cena pronto o juntarse con «fulanito», del que hace tanto que nadie sabe nada. Elvira lo comenta con su marido. «Nos hemos cruzado con una compañera de BUP, que ahora resulta que es enfermera», dicen tras salir de su segundo pinchazo del elixir de la inmunidad. Ha sido ella quien les ha atendido.«¡Cómo es la vida!», dicen, mientras dan por terminada la conversación así como el tiempo de espera reglamentario y se despiden con la mano. Los hay que se encuentran una vez vacunados y también quienes se topan en la cola de entrada. Es en este momento cuando los saludos son más efusivos, quizás por la adrenalina de estar a punto de asistir a un hito histórico. Quizás porque es como cuando te topabas con alguien en alguna discoteca y la situación forzaba una conversación. Pero también los hay que no se cruzan. Acuden solos a la cita, impacientes por poner fin a su experiencia con el virus y volver a su vida «normal».

Manuel tiene un horno en la avenida del Puerto de València y fue a vacunarse hace unos días como quien va a sacar dinero al cajero. Un trámite. Necesario. «Pim-pam» y vuelta al tajo. Tanto es así que acudió a la cita con el atuendo de hornero, de blanco y con restos de harina en su uniforme. Como es normal. «Entrar y salir», eso es lo que esperaba de la dosis mientras aguardaba en la cola. Se había dejado una furgoneta llena de pan para repartir justo antes de entrar al «vacunódromo» y lo haría nada más recibir el pinchazo (y así fue). Se puso la pauta y Manuel se sentó en una de las sillas de la zona de reposo. Pero a los tres minutos se incorporó para acercarse a la punta opuesta del espacio.

«Estaba sentado y digo, ¡pero si es Natalia!». Saluda a la mujer, a la que ve «cada dos por tres». Se hicieron amigos hace casi una década porque sus hijas iban juntas al colegio. Ahora son inseparables. Esta historia no es un encuentro fortuito de alguien con quien no compartes rutina. Manuel y Natalia se ven casi todos los días, pero coinciden causalmente y a la misma hora en su cita de vacunación. «Tenemos una amistad que se resumiría en ‘¿Vamos?, ¡Vamos!», cuenta ella mientras le da un abrazo rapidísimo para alargar lo mínimo el contacto, sobre todo en un contexto de respetar las distancias. «Ups», comenta.

Ambos ríen. «Nos vemos este fin de semana, ahora ya podemos tomarnos una paella o ir a la playa», le suelta Manuel. Después, se dirige a este periódico y se excusa, aunque no hace falta. «Tengo la ‘furgo’ a tope, me tengo que ir». «Hasta ahora, Natalia», dice riendo. Y camina rápido. Los cordones del delantal blanco se agitan de izquierda a derecha. Y así, con las prisas de recuperar su ritmo vital y como quien se dirige hacia la «nueva normalidad», Manuel abandona el recinto. 

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.