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Catedrática del Departamento de Sociología de la UV

Capitolina Díaz: "Volverá el contacto físico y nuestros hábitos apenas cambiarán"

Los cambios duraderos en la población en su conjunto serán mínimos». La socióloga Capitolina Díaz se muestra optimista ante el regreso a una normalidad en la que, a su juicio, las cosas podrán volver a ser como lo eran antes de la pandemia. «Nos ha costado muchos años (siglos, o mejor, milenios) ser, individual y socialmente, lo que somos. Eso es muy difícil de cambiar por un suceso que acaba desvaneciéndose», proclama la catedrática de la Universitat de València. Lo que más desea la inmensa mayoría de personas es liberarse de las restricciones y retomar su vida previa a la covid-19, por lo que los hábitos y actitudes sociales, augura Díaz, variarán muy poco, más allá, quizás, de mostrar un mayor respeto y aprecio por el personal sanitario. «Las grandes excepciones a esta tónica general son quienes han sufrido impactos traumáticos, porque han enfermado o lo han hecho sus seres próximos, o porque les ha afectado profesional o psicológicamente de manera grave», puntualiza, en cualquier caso. Lo que sí quedará en el futuro son algunos rescoldos fruto del recuerdo de la pesadilla vivida, traducidos en «una cierta fobia a las aglomeraciones humanas y un mayor sentido de vulnerabilidad». Y poco más.

¿Entonces volverá el contacto físico a formar parte de las interacciones sociales cotidianas? La socióloga está convencida de que sí. «Nuestra cultura es muy de contacto físico. Habrá sectores de la población que, temporalmente, mantendrán mascarillas en ciertos lugares y situaciones, pero ni siquiera creo que se llegue al nivel de uso de países como China y Japón antes de la pandemia», pronostica. La expresión de que la catástrofe nos hará mejores también se difumina. A medio y largo plazo, Díaz no observa cambios trascendentales en el nivel de empatía social mostrada por la mayoría de personas. Por más que durante el periodo de confinamiento domiciliario la sociedad actuara de forma especialmente empática y solidaria. «Pasado el gran peligro, volvemos a nuestro viejo comportamiento», subraya la catedrática, que nuevamente marca como excepción a aquellas personas «muy agradecidas a ciertos servicios por lo bien que les han tratado, que quieren devolver parte de la solidaridad recibida». Tampoco es que la empatía haya empeorado, a su parecer. La única diferencia, quizás, son ciertas prevenciones en materia de higiene o el aumento de las sospechas cuando alguien tose o estornuda cerca. 

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