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Laura y Elena en la plaza de Honduras de València.

El miedo en la calle cuando eres una pareja LGTBI

La lgtbifobia no son solo las agresiones, el miedo es cotidiano: en las muestras de afecto en público, las terrazas de los bares, los lugares de fiesta y los vagones de metro

«Mi padre siempre me dice ‘el mundo es así y tú eres asá’. Me habla mucho de cambiar cómo soy en público para evitar el peligro. Cuando le dije lo del reportaje me pidió seriamente que no saliera mi cara en las fotos. No quiere que sea algo que me marque». Elena tiene 20 años y hace 21 meses que está con Laura. Cuando le dijo a sus padres que tenía novia, lo primero que escuchó fue «no os beséis por la calle». «Pensaron ‘te acabas de marcar de por vida, ya tienes un obstáculo al salir de casa», cuenta Elena.  

En verdad, lo que quiso decir el padre de Elena fue «que no se te note». La realidad de muchas personas lgtbi cuando salen a la calle, al metro, a un bar, de fiesta o a dar un paseo.

Que no se te note. Porque la lgbtifobia son las palizas, pero también las miradas de asco (o de morbo), escanear el vagón para ver si puedes darle la mano a tu novia, coger otra ruta para no pasar por esa terraza en la que hacen chistes de mariquitas, o que un grupo de chavales (siempre van en grupo, rara vez increpan solos) te griten «maricón» o «chúpame la polla» por dar una vuelta con tus amigas.

«Si vemos que en la terraza de un bar son todo hombres automáticamente nos vamos a otro sitio»

Laura . Estudiante

El odio son los puñetazos en la nariz, pero también la lgtbifobia de baja intensidad que lo impregna todo, que envenena el ambiente, que impide que Elena y Laura, o Joan y Borja -los testimonios de este reportaje- no le puedan dar un beso a su pareja como haría un hetero por miedo a las miradas de asco, los comentarios dañinos, o algo peor. Que no se te note, para evitar el peligro. 

Y el riesgo puede venir por algo tan inocente como un beso. Un peligro diferente si eres gay o lesbiana. «Con ellos la reacción es más de asco o agresividad, en nuestro caso nos sexualizan por el porno lésbico», cuenta Laura. «Si vemos que en la terraza de un bar son todo hombres automáticamente nos vamos a otro sitio, porque sabemos que si nos sentamos y nos damos un pico nos van a empezar a caer las miradas morbosas», añade.

Laura y Elena han llegado a tener incluso acercamientos no consentidos mientras estaban besándose en la calle. «Me dio mucho asco que se sintiera invitado a violar nuestro espacio», dice Elena. Muchas de estas situaciones no se las han contado a sus padres. 

En el caso de Joan y Borja, no hace falta ni llegar a eso. «Una vez en el metro nos cogimos de la mano y notamos enseguida todas las miradas de asco, que venían de varias personas», explica Borja.

En Alcoi, su ciudad, ni siquiera se pone la pulsera con la bandera lgtbi que sí que lleva por València, aún así fue increpado por un grupo de chavales cuando iba con sus amigas por un parque al grito de «maricón». Ni siquiera se planteó denunciar, «al final te acostumbras», dice. «De repente te gusta alguien, decides salir con él, y descubres que tu vida empieza a tener obstáculos», añade Joan. 

«La sociedad y los medios nos dicen constantemente que corremos peligro por ser lo que somos»

Elena . Estudiante

Dentro de la lgtbifobia hay diferencias. Por ejemplo, Laura y Elena no tienen problema en ir de la mano por la calle, no está mal visto. En el caso de Joan y Borja la historia cambia. Por otra parte, hay aspectos en común, el primero es lo que ven como amenaza, casi siempre grupos de hombres. «Normalmente es cuando nos soltamos de la mano, no se suele hacer de manera consciente, pero ocurre siempre», explica Joan.

«Creo -prosigue- que ocurre algo parecido a los micromachismos, que hablamos de mujeres asesinadas y maltratadas, pero después hay todo un clima alrededor que las oprime diariamente, algo parecido pasa en nuestro caso». 

Algo en lo que también coinciden ellas y ellos es en renunciar a muchos aspectos de su vida, parte de su identidad para que «no se les note». «Ya en el instituto dejé de ponerme ropa más ‘masculina’ justo por eso», dice Laura. 

Actualmente trabaja de profesora particular y deja en casa la pulsera arcoiris. «Cuando nos sentamos en un bar también estamos cohibidos, no nos damos las muestras de cariño que se podría dar una pareja hetero. No nos sale, por ejemplo, darnos un beso, o un abrazo con naturalidad, como mucho puedo rozar su mano o algo así pero no nos sale nada más por miedo», explica Joan. Él también vivió esta autocensura en las redes sociales: «Recuerdo que este San Valentín me decidí por primera vez hacerme una foto con Borja y publicarla.

Me pareció algo tremendo, se me hizo un mundo algo tan normal como subir una foto con tu pareja a las redes», asegura. Elena y Laura ni siquiera han dado ese paso, precisamente por el miedo a los comentarios negativos y porque incluso algunas personas de su entorno no saben que son pareja. 

«La sociedad, los medios, y hasta lo que la gente comparte por Instagram nos están diciendo continuamente que peligramos por ser lo que somos» añade Elena. Para Joan, de hecho, «si no nos ha pasado nada grave es porque hemos reprimido mucho el cómo somos, para encajar, y actuamos como otra persona.

Así evitas el mal mayor de las agresiones, pero también estás viviendo otro mal, que es estar todo el rato reprimido y no poder expresarte cómo eres en realidad». Añade que «a quienes les ocurren estas agresiones es a los ‘valientes’, los que se atreven a expresarse tal como son a pesar de lo que les pueda pasar». 

Espacios seguros e inseguros 

No se va siempre con el radar activado (ese que escanea el ambiente para ver si es posible darle un pico a tu novio), sino que es algo inconsciente, un piloto automático. Hay lugares en los que el radar salta, y otros donde uno se puede relajar, donde se está a gusto.

Y a veces esto va por barrios o por locales. Sankofa, una sala ubicada cerca de Tres Forques (València), es el espacio seguro de Laura y Elena. El inseguro, en el que no se atreven a ser como son, suele depender más de la gente que lo ocupa; la terraza llena de hombres haciendo chistes de maricas, el vagón de metro con algún hombre sin mascarillas («eso indica que piensa ciertas cosas», dice Laura).

Joan y Borja entrando al metro de la zona de Facultats, en València.

Para Joan y Borja, en cambio, es una cuestión urbanística. «Yo no saldría ahora mismo por la plaza de Honduras, por la zona de Mestalla, o determinados sitios del Cabanyal», dice Joan. En cambio hay espacios, por el contexto político o social que les rodea, mucho más amigables para él.

«En el campus de algunas facultades, viendo a la gente que nos rodea, estamos muy a gusto y sin miedo a besarnos. En Benimaclet, por ejemplo, también me siento muy bien, como si estuviera en mi casa. Luego también en discotecas como Picadilly y espacios como la sala Varietats», añade.

Las relaciones sociales con amigos también son otro campo complejo. Elena y Laura aseguran sentirse cómodas, en parte porque muchas personas de su círculo son del colectivo, con las que sienten complicidad. En el caso de Borja y Joan, la cosa es complicada.

«No tengo confianza en la policía. Sinceramente no me veo yendo a denunciar una agresión homófoba a una comisaría»

Joan . Estudiante

«Al final conoces a tus amigos y sabes con quien puedes hablar y con quien no, pero hay situaciones incómodas incluso con ellos, por ejemplo cuando comenté que me gustaba un chico o les hablé de Borja se les cambió la cara. Noto cierta incomodidad, así que tengo que elegir incluso a quien hablarle de ciertos temas», dice Joan. 

Otro espacio no seguro es una comisaría. «No tengo confianza en la policía. Sinceramente no me veo denunciando una agresión homófoba en comisaría», dice Joan. Argumenta que se han dado casos de mala atención a personas del colectivo lgtbi, pero sobre todo la reciente manifestación homófoba en Chueca (Madrid) ha acabado por minar su confianza.

«Vimos en la televisión como la policía protegía a nazis que estaban gritando ‘fuera maricas de nuestros barrios’. Me parece algo vergonzoso». Pero no es lo único, Borja añade que «encima meses antes presenciamos cómo la policía cargaba y pegaba con las porras a las personas que se manifestaban por el asesinato homófobo de Samuel».

Tanto Elena y Laura como Joan y Borja confirman que este asesinato y todo el estallido social que se generó alrededor durante semanas han condicionado un poco sus vidas.

«Mucha gente de mi alrededor me dice que tenga cuidado cuando salga, que intente no ir por la plaza de Honduras, y cuando salimos por otros sitios siempre insisten en que les mande un mensaje confirmando que he llegado bien», dice Borja. «Me gustaría no estar en esta situación, que la gente lo entendiera al cien por cien, pero no es así, tenemos que entenderlo», añade Elena. 

«Cuando me gritaron ’maricón’ ni siquiera me planteé denunciarlo, porque es algo tan común que al final te acostumbras»

Borja . Estudiante

Para Joan, la solución es una cuestión de educación y de generar referentes, aunque opina que caminamos exactamente en el camino contrario. «Hay un ambiente los últimos años en el que se ha normalizado la homofobia.

Desde algunos medios y sobre todo ciertos partidos políticos que han convertido ese discurso de odio en respetable. Ocurre como cuando tienes referentes lgtbi en la tele, que ayudan mucho a la hora de normalizar esta realidad, pero en este caso es exactamente al contrario. Hemos dado voz a personas con un discurso de odio contra las personas lgtbi, les hemos permitido salir en la tele, soltar su veneno y se han convertido en referentes para muchas personas, pero referentes que son de todo menos bueno.

Igual que hay referentes positivos los hay tóxicos, y es lo que está ocurriendo», explica.  

A Joan y a Borja les gusta quedarse abrazados cuando suben y bajan por el ascensor. Es algo que hacen con frecuencia, porque es un espacio que ven como seguro aunque sea por poco tiempo. Cuentan que se han percatado recientemente de algo. Siempre que las puertas del ascensor se van a abrir se sueltan «por si acaso, por quien lo pueda haber». 

Lo primero que dijo la madre de Joan al enterarse de la existencia de Borja fue «¿Pero vais a ir cogidos de la mano? ¿Por la calle?». En el ascensor apuran hasta el último momento en el poco tiempo que pueden ser quienes realmente son. Porque están solos, y no tienen que escanear, activar el radar, no tienen que preocuparse. Pero al final siempre acaban separados. Por lo que pueda pasar. Por quien pueda estar mirando. Por si acaso. Que no se te note. 

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