Decía hace unos días Jordí Villacampa, presidente del mítico Joventut de Badalona que «el baloncesto es un negocio insostenible». Villacampa fue cocinero antes que fraile, como dice el refrán y, por tanto, sabe perfectamente de que habla. Fue un extraordinario jugador, multitud de veces internacional, y campeón de Liga y de Europa con su club. Lleva 11 presidiéndolo, y acaba de alzar la voz sobre el problema del endeudamiento de los clubes de baloncesto, que han imitado a los clubes de fútbol en su escalada de «precios» por los fichajes de jugadores y están próximos a la ruina, porque no pueden, ni de lejos, generar los recursos del fútbol.

Cuatro clubs de la ACB están en concurso de acreedores, el propio Joventut, el Estudiantes, otro histórico, el Valladolid y el Granada. Por eso apuntaba Villacampa que «el baloncesto no da para tener presupuestos de 8 o 10 millones de euros». Ningún equipo, según él, genera más de 5 millones. Y hay quien, como el presidente del Manresa es partidario de rebajar el presupuesto mínimo que impone la ACB de 3,5 millones de euros. Hay otros clubes en dificultades como el Fuenlabrada y el Menorca, y el Real Madrid y el Barça no los tienen porque los sostiene el fútbol, mientras a nuestro Power Electronics le salva la aportación de Juan Roig, que tras el año 2010 tan extraordinario que ha tenido en Mercadona, en plena crisis económica, le sobra para seguir manteniendo al equipo. Del resto, sin las subvenciones públicas no aguantarían, bien sean directas o través de las Cajas o de los patronatos o agencias de turismo y similares.

El problema no es exclusivo del baloncesto, nuestro segundo deporte en licencias, seguidores y atención mediática, sino que es general a todo el deporte. Es más, si el baloncesto pasa por estos problemas qué no le pasará al resto. Por eso, hay que ser estrictos con el análisis del «negocio» deportivo. Y si realizamos un estudio riguroso descubriremos que deportes o actividades de práctica deportiva rentables o que podrían vivir de sus propios ingresos, sin subvenciones públicas, hay muy pocas. A nivel mundial sólo estaría el fútbol (otra cosa es que se gestione mal y esté endeudado por su mala cabeza), las 4 grandes ligas profesionales americanas (NBA, NFL, Mayor League y NHL), los deportes que podríamos denominar sociales (golf y tenis, sobre todo), y las actividades de práctica física donde el ciudadano que la realiza suele ser de clase media y se paga sus gastos. Para que nos entendamos, en Valencia lo representaría un club como Correcaminos, en el que sus socios se pagan sus gastos de todo tipo, desde la vestimenta a los viajes, pasando por las cuotas de mantenimiento del club.

Fuera de este reducido grupo, el deporte tiene muchos problemas económicos y sufre para mantenerse a flote. Es cierto que alguien gana, porque a la relación anterior se podrían añadir el de las empresas privadas que montan actividades deportivas o eventos como negocio. Si no ganan dinero bajan la persiana y se van y si se mantienen abiertas es porque les es rentable. Pero ello no quiere decir que la actividad en sí misma no sea deficitaria. Simplemente: alguien la paga. Como por ejemplo los Grandes Premios de F1 y de motos. La empresa Dorna, que organiza el GP de Motos, la FOM de Ecclestone y su fórmula 1, Unipublic (Vuelta), o ASO (Tour), ganan dinero, pero los circuitos y las carreteras son públicas, se paga un canon oneroso por hacer un GP (Instituciones Públicas) y buena parte de los gastos de organización corren por cuenta de esas Instituciones Públicas o sus empresas. En deportes como la F1 y el GP de Motos, si detrás no estuvieron las empresas del sector que precisan vender vehículos, «el circo», sería imposible de mantener.

Luego, alguien se encarga de elaborar estudios de impacto que avalan la celebración de esos grandes eventos, pero cuando uno escarba algo más, se da cuenta que en buena parte es propaganda. Por ejemplo, los sudafricanos se han gastado alrededor de 9.000 millones de dólares para hacer la Copa Mundial de la FIFA, y sólo van a recuperar alrededor de 5.000. El resto se da por bien empleado por la repercusión mediática que ha tenido el evento, cuestión ésta que justifica casi todo. Pero ahora tienen un problema grande: cómo rentabilizar los estadios. Para que se hagan una idea el de Ciudad del Cabo costará 4,6 millones de dólares mantenerlo anualmente. Para que sea rentable deberá llenarse 15 veces al año, algo que los expertos consideran bastante difícil, o, al menos, no con eventos deportivos. Se sabe que para que un estadio sea rentable debe alcanzar un media del 60% de su capacidad 30 veces al año. O sea, que no queda más remedio que llevar espectáculos musicales y de otro tipo.

Y eso muchas veces no sale en los estudios de impacto, de tal modo que ya se ha empezado a hablar de la «burbuja deportiva», dadas las últimas adjudicaciones de grandes evento que acabamos de vivir.