El martes pasado, 24 de Junio, fue noche de hogueras y de rituales atávicos. En La Platgeta, donde nació el fútbol valenciano, las multitudes esquivaban tropeles de ebrios adolescentes para acercarse a la orilla y cumplir con la tradición de saltar una olas y formular un deseo. Son días para tararear el «Summertime blues» de Eddie Cochran y soñar con el inicio de la próxima temporada. Durante años ese deseo íntimo, inconfesable, fue para muchos un ascenso del Llevant. A 1ª, a 2ª o a 2ª B incluso.

El Mundial es sin duda un excelente atenuante de los domingos sin fútbol del verano. Al menos para aquellos levantinistas a los que les interesa el balompié más allá del que practica la escuadra «granota» que, por cierto, no son demasiados. Es tiempo también de nostalgia. Porque el verano es sin duda el territorio de la infancia, de tres meses de vacaciones, de agua, de bicicletas, de darle al balón, de pasar el día en la calle, de bocadillos de «blanc i negre», de rodillas llenas de «peladures», de acostarse tarde? y de soñar con la siguiente temporada. Y la infancia, excepto lógicamente para aquellos que no la tuvieron feliz, siempre es un motivo de nostalgia. Por la carga de ingenuidad, de sorpresa, de descubrimiento cotidiano que se va perdiendo al cumplir años.

Durante décadas los niños levantinos anhelaban la llegada de la Liga con la decepción de la anterior mudada en ansia por la que empezaba. Porque ansia es el estado en que ha vivido el levantinismo de forma habitual, ávido de conquistar algún ascenso, sobretodo a 2ª B o a 2ª, sempiternas estaciones de tránsito desde las que soñar con el único destino posible para el decano del fútbol valenciano: la élite. Esta semana pasada, además de la alegría que siempre representa la llegada del verano, desde el club se conmemoraba el 25 aniversario del ascenso de 1989 a 2ª división. Si tenemos en cuenta que el Llevant se pasó prácticamente la década de los 80 soñando ascensos a 2ª B y campañas que le consolidaran en la categoría de bronce, entenderemos cómo de importante fue en aquel contexto un ascenso a 2ª que permitía al fin ver de cerca la primera división, planificar una temporada con la lejana esperanza de obrar un milagro. Efectivamente fue vana, apenas gasolina con que mantener la fe unos años más. No olvidar aquellas circustancias, en cualquier caso, es el mejor antídoto para no volver a caer en los errores del pasado. Por eso cobra toda la importancia que desde el club se conmemoren estos hitos que, en apariencia, hoy apenas tendrían mérito, desde la óptica de un Llevant asentado en 1ª.

Los niños levantinos de los 80 rebuscaban en emisoras de radio y prensa impresa algún resquicio donde encontrar información sobre el nuevo proyecto del Llevant y si ese año iba a jugar en 2ª eso presagiaba un verano pendiente de la salida a los quioscos de la mítica «Don Balón Extra Liga» que sí incluiría la información del club. Había diversas formas de escapar de la realidad, cuando se mostraba más adversa: siempre cabía golear al Valencia en un partido de botones o de chapas o venerar una foto en blanco y negro, un retal de prensa de grano grueso, de Vicent Latorre colgada en la pared de la habitación.

Hoy todo es distinto. Buenos tiempos en Orriols. Váyanse al «youtube» y pónganse el Summertime más clásico, el de George Gershwin. O cualquiera de las versiones de Billie Holliday, Ella Fitzgerald, Miles Davis, Sam Cooke, Billy Stewart, Janis Joplin o incluso los Doors. Sueños de veranos con otro añito en 1ª. Summertime. Buenos tiempos.