Es alto y se encorva con felina rapidez para, con elegancia incluida, restar el rebote más difícil. Juega de volea como el mejor de los «mitgers» y aplica la razón matemática, aquella que patentó el Suret II, cuando falló el rebote, miró el muro del trinquet de La Pobla de Vallbona y afirmó para que todos le oyésemos: «M' han fallat les matemátiques». No había fallado él, que las pasaba todas, muy justitas, pero todas, sino que había fallado la Ciencia Exacta. De esa escuela de Carlet es el del Vinalesa. Es el pelotari del que se espera lo imposible, lo que otros no son capaces. Es el pelotari considerado el número uno, al margen de resultados en el Individual.

Una joven aficionada belga entra en la catedral del Joc de Pilota. Su padre fue jugador de Llargues en los pueblos de la Valonia. Mira con detalle los retratos de las cinco figuras que marcan la historia de este deporte. La última, la de Paco Cabanes, «Genovés». Hace un cuarto de siglo de su adiós a las competiciones. No hubo un cuarto de siglo entre el Nel y Simat, o entre Quart y Juliet, o entre Juliet y Rovellet; tampoco entre Rovellet y Genovés.

- ¿Ya no ha habido grandes figuras desde que se marchó Paco?, pregunta.

Y el cronista piensa en un montón de jugadores de altísimo nivel: Sarasol, Álvaro, Soro III, Sarasol II, Grau?cualquiera de ellos podría ocupar un nuevo retrato?pero no sabe realmente por dónde salir. Acaba con lo de siempre: «No es fácil elegir a alguien que pueda continuar la senda de Paco? Seguramente esa es la razón», contestamos. No se trata de explicar los cambios profundos que ha experimentado este deporte desde que Genovés conquistó su último Individual, que tuvo el valor moral de los ocho o diez que pudo conseguir en tiempos en que no había campeonatos. Habría que explicar a la joven aficionada belga que ya no hay figuras que, como lo eran todas las fotografiadas, se enfrenten con la ayuda de un compañero a los tres mejores. A Quart se le llegó a prohibir hacer el «dau». Genovés jugó casi toda su carrera con prohibiciones de golpes; con su hermano, que no pasaba de jugar como un aficionado de segunda. Ocurría un detalle que muchos no consideran. Paco afirmaba de su hermano que era el mejor «mitger». Y no lo decía sólo por razones sentimentales, de sangre, no. Lo decía desde la racionalidad de que era el único que le dejaba jugar, que no quería protagonismos perturbadores. Cuaquier pelota jugada por Genovés llevaba más intención y veneno que la jugada por un mitger. Y Paco era un devorador de retos personales. Jugaba a ser el mejor cuanto peores fueran las condiciones. Ganaría o perdería pero disfrutaba de esos retos que llenaban a rebosar los trinquetes.

Llegaron los adalides de la modernidad. Acertaron en algunas medidas. Los protocolos y las imágenes nada tienen que ver con los tiempos de las barrigas de Peris, las camisetas rasgadas en los arrebatos, los carajillos con optalidones en la escalera, y los cigarrillos que se consumían entre quince y quince?No digamos en las eternas e insufribles esperas para que se gritara Va de Bo tras la «cabotà» definitiva después de negociar la ventaja de un juego y un par de quinces en las apuestas? Todo aquello pertenece afortunadamente al pasado. No sé si debe pertenecer definitivamente al pasado la prohibición de las galerías, que acabó con los poderes de Grau y que impedirá a Guillermo ser un mitger para la historia. ¿Hubiera sido Genovés el mismo con las galerías prohibidas? Por eso me pregunto si hoy no padecemos una mal entendida modernidad que impide disfrutar de todas las potencialidades de Puchol II. Y me atrevo a lanzar un reto: ¿Habrá algún trinqueter que organice el desafío esperado: Puchol y una «granera» contra los tres mejores con las galerías libres?? ¿O será imposible porque el calendario oficial de la modernidad obliga a la rutina competitiva? Un desafió así es, desde luego, un riesgo. Pero es el que permitiría abrir de nuevo la senda de los retratos de Pelayo. Y a fin de cuentas se trata de hacer posible la modernidad con la tradición. Todo cabe en justas proporciones.