El Valencia sobrevivió en su propio estadio durante 79 minutos a la superioridad del Atlético de Madrid, aquel clásico enemigo íntimo que en la última década se ha despegado de su lado hasta alejarse casi a años luz. Mucha voluntad, pero escaso fútbol. Un gol de Toni Lato en propia puerta, después de un partido lentamente macerado por los colchoneros, sostenido por los valencianistas con rigor táctico, paradas de Jaume y la esperanza de contragolpes que no llegaban, puso justicia en el marcador y sobre retrató otra realidad: la de la distancia casi insalvable entre dos clubes que parecen casi gemelos. Hasta ayer, el balance de goles entre ambos contendientes era de empate a 235 goles, con 57 victorias del Valencia, 44 empates y, ahora, 60 triunfos rojiblancos.

La última década, la del impulso carismático de Diego Simeone y la de la autocombustión societaria de Mestalla, ha desvirtuado el relato del Valencia-Atlético, el otro gran clásico de LaLiga (añádese al Athletic Club), y cuya narración histórica se ha visto acompañada de duelos muy parejos y una marcada rivalidad esperando la distracción ocasional de Real Madrid o Barcelona para asaltar el cielo. Pero incluso con realidades deportivas y financieras tan asimétricas, un Valencia-Atlético siempre es un partido especial, aunque Mestalla esté vacío. Un estadio en el que Simeone ha sufrido desde los años 90 derrotas y la satisfacción de ganar en la caldera. Sus aplausos rompiendo el silencio en el recuerdo a su amigo Maradona (en tributo compartido al inolvidable Juan Cruz Sol) daba al inicio del choque ese punto de tensión emocional de las grandes tardes.

Además, el Cholo mostró otra señal de respeto a su rival, con una disposición en defensa de cinco, la misma plantada frente al Barça en la jornada anterior, con la que quiso proteger las espaldas de sus laterales, alertado quizás por las incursiones por los extremos con las que el Valencia desangró al Real Madrid en el último partido en Mestalla. El equipo de Javi Gracia volvió a exhibir ese estado de incipiente estabilidad de las semanas recientes. Una vez que (hasta que se abra la próxima ventana de mercado) el vestuario se ha quedado al margen del intervencionismo salvaje de su propio club sin más afán que el recaudatorio, el equipo ha ido regenerándose poco a poco. Ha ido encontrando nuevos equilibrios, descubriendo jerarquías, asentando nuevas bases. Así, pese a la ausencia por lesión de su capitán y líder espiritual, José Luis Gayà, el Valencia tuteó al Atlético durante media hora. Solo en el tramo final del primer acto, cuando Llorente y sobre todo Lemar descosieron el juego interior, el Valencia se atrincheró en torno a Jaume esperando quizás el final de la primera parte. Fue cuando el meta de Almenara, siempre mirado con una lupa microscópica por su condición de local, sacó un par de manos salvadoras para aguantar el valioso empate y seguir creyendo.

Hasta ese momento de flaqueza, el Valencia igualó fuerzas. A los mandos de Soler, con Guedes en su versión liberada de todo signo de saudade, se acercó a la portería de Oblak con algún golpe franco y con una excelente ocasión en el minuto 22. Soler abría a banda izquierda a la incorporación de Racic. En vez de centrar al punto de penalti, el serbio quiso sorprender al primer palo a Oblak, el único futbolista que adivinó la intención del centrocampista. Por lo demás, el Atlético contenía con bastante solvencia los intentos mestallistas de romper en transiciones veloces. Guedes fue parado con tres faltas en los primeros diez minutos, mientras que Yunus Musah solo pudo sorprender en el minuto 27, con un chut seco desde la frontal que impactó en la botella de agua que un confiado Oblak tenía junto a su poste derecho.

La sensación de dominio visitante siguió inalterable tras el paso por vestuarios. Los estímulos no acompañaban. Sin Costa ni Luis Suárez, Simeone introdujo más madera en las mediapuntas, con Joao Felix y Carrasco, mientras que el Valencia lamentaba el pinchazo muscular de Hugo Guillamón, que sabedor que será baja algunas semanas forzó en su lenta retirada la quinta amarilla que acarrea sanción, mientras Mangala acababa de calentar músculos. El fútbol es de los listos.

La segunda parte se le iba a hacer larga a los valencianistas. A pesar de la concentración y el repliegue de filas, el Atlético supo circular con rapidez en tres cuartos, contradiciendo aquello de que el ataque estático no sea uno de los fuertes del rival (su posesión llegó a superar el 70%). El Valencia necesitaba refrescar piernas e ideas, por lo que a falta de veinte minutos Gracia retiró a los dos delanteros, Maxi Gómez y Manu Vallejo, que se habían vaciado en inferioridad y sin opciones de remate, para dar entrada a Gameiro y Sobrino (sorprendió que el escogido no fuera Kang In Lee). Además, Correia se estrenaba como extremo, por delante de Wass, para sustituir a Musah, bien tapado por el entramado defensivo rojiblanco.

También hizo acto de presencia Kondogbia, el único de los múltiples traspasos de este verano que no salió de Mestalla con elegancia en la despedida. La presencia del centroafricano, abarcando toda la medular, empujó al Atlético a irse a por el partido y adelantar más todavía las líneas. El partido acabó jugándose en el campo valencianista, con los locales cada vez más arrinconados en su área, con el único aliado del cronómetro, con una disposición cada vez más conservadora que también atrae la desgracia. Como la de Toni Lato en el minuto 79, cuando un centro raso de Carrasco rebotó en el pie del lateral zurdo, estableciendo el 0-1. Un lance desafortunado que, sin embargo, repartía justicia en el marcador y del que convendría exculpar al canterano, sin duda, el valencianista más triste anoche.

El Valencia se estiró, a la desesperada, exigiendo al Atlético (que se llenó de tarjetas), pero sin contar con ocasiones claras, remarcando que la distancia real entre el tercer y cuarto equipo en la clasificación histórica de LaLiga es más de lo que refleja la tradición competitiva compartida entre los dos clubes.