Si algo ha marcado el periodo de transición del Brexit es aquella mítica frase de Churchill con la que defendía que un magnífico éxito siempre debe estar acompañado de un enorme riesgo de fracaso.

Johnson no ha parado de tensar la cuerda desde que, en julio del año pasado, consiguiera expulsar a Theresa May. A pesar de la covid, forzó un periodo de tan sólo 11 meses que, irremediablemente finalizará el 1 de enero, y ha presionado con la ley de Mercado Interno, tratando de otorgarse la capacidad para desdecirse sobre el control de las aduanas irlandesas. A un mes de la salida efectiva, mientras los plazos se agotan para evitar que la relación entre la UE y el Reino Unido quede como si nunca hubieran tenido nada en común, que no haya ningún acuerdo comercial y entren en vigor los aranceles establecidos por la OMC, los británicos comienzan a sentir ese «enorme riesgo de fracaso».

La incertidumbre exacerba los ánimos y los importadores tratan de cubrirse frente al no acuerdo, acumulando stock dentro de la isla y sudando la gota gorda con los trámites aduaneros que les va a tocar hacer. El cuello de botella es tal, que los costes de transporte se han disparado incluso para los productos que no provienen de Europa (los fletes desde Asia han doblado su precio desde junio). El Gobierno británico ha preparado un parking de 11 hectáreas en la frontera, con capacidad para albergar a más de 2.000 camiones por si no hubiera acuerdo. ¿Qué pasaría con los abastecimientos básicos, considerando que casi un tercio de los alimentos y un 80% de los productos importados a supermercados provienen de la UE? ¿Y con las medicinas en pleno covid? ¿O con las exportaciones británicas (un 45% se destinan a la UE)?

Afortunadamente, no todo pende de un hilo y el acuerdo de divorcio pactado el pasado enero ya garantiza los derechos de los ciudadanos británicos en territorio comunitario y viceversa, la capacidad de las entidades financieras europeas para operar en el Reino Unido, el importe que Londres pagará a la UE (equivalente al 1,5 % del PIB británico), así como el estatus sobre Irlanda del Norte, que evita una frontera dura en la isla de Irlanda salvaguardando el mercado único comunitario a la vez que se asegura a Belfast su permanencia en territorio aduanero británico.

En los pocos días que quedan hay que acordar 4 puntos fundamentales: los más complicados son el mecanismo de resolución de conflictos y si será el Tribunal de Justicia Europeo quien los resolverá, mientras que hay otros dos de más fácil entendimiento, como la permisividad para pescar en aguas británicas (sólo supone el 0,1% del PIB británico) y la capacidad para limitar las ayudas estatales (que pudieran suponer dumping).

Boris no se atreverá a desencadenar una salida desorganizada y el acuerdo de mínimos debería ser inminente. Lo único es que, por más que lo vendan como una victoria, a pesar de lo que Churchill decía, el Brexit ni mucho menos es un «magnífico éxito».