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¿Hacia el declive del petróleo?

¿Hacia el declive del petróleo?

A diferencia de la mayoría de dirigentes políticos, que utilizan sus primeros años en el poder para actuar preferentemente en su casa, Donald Trump se ha dedicado en sus dos años largos de mandato a trastocar el orden internacional. Ha puesto en su mirilla a su socio y vecino México, va a la guerra comercial -o lo parece- con China, la potencia que amenaza la hegemonía de Estados Unidos, y no se esconde en su deseo de que los antiguos aliados europeos fracasen en su proyecto de unión. Después de crear impacto con el traslado de la embajada del país norteamericano en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, tampoco ha perdido la ocasión de meter sus manazas en Oriente Medio, un avispero irresoluble que seguramente estaría dejado de la mano de Dios, como sucede con tantas zonas de África, si no fuera porque la geología y el tiempo situaron en parte de su subsuelo la materia prima más codiciada del siglo XX: el petróleo.

Tras varios ataques en el golfo Pérsico contra buques petroleros, la administración estadounidense ha señalado de inmediato a su archienemigo persa, el Irán de los ayatolás. Uno pensaría de inmediato en el petróleo, pero con Trump nunca se sabe. Las tensiones, como ya se sabe, nunca son buenas para los mercados. Se ponen nerviosos. Los precios del crudo, en consecuencia, han subido. Nada grave. Apenas el 5 %. Aún así, el coste del Brent, de referencia en Europa, rondaba los 61 euros, mientras que el Texas estaba en los 52 por barril.

El futuro siempre es incierto, pero si uno echa la vista atrás... Por ejemplo, en julio de 2008, cuando la crisis ya asomaba por el horizonte, el precio del petróleo alcanzó el récord histórico de 147 dólares. Una enormidad que no duró mucho porque llegó la Gran Recesión, la economía mundial se paró y el crudo se hundió. Por diversos motivos, como el aumento de la producción de petróleo no convencional en Estados Unidos o la reducción de producción por Arabia Saudí para elevar los precios, no se ha recuperado de forma significativa.

Es cierto que hemos entrado en una fase de ralentización económica, pero de momento nada parecido a lo que sucedió hace una década. Por tanto, es de suponer que la demanda debería tirar de los precios. No es así. La pregunta que me hago es si estamos asistiendo al declive del predominio del petróleo. Hay señales llamativas. La más clara es la transformación de la industria automovilística hacia los motores eléctricos. Tampoco hay que echar de menos las campañas ambientales contra los plásticos, por añadir otro ejemplo. Y, claro, está el hipócrita caso de Noruega, un país rico por la extracción de petróleo cuyo fondo de pensiones, nutrido con los beneficios del crudo, va a invertir ahora en renovables.

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