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Jorge Escarpa, adjunto al CEO de SP-Berner, con una de las mascarillas de plástico que ha lanzado la empresa al mercado.Germán Caballero

Una segunda vida para el plástico

La precariedad, incluso la desgracia, pueden ser una fuente de riqueza. O una oportunidad. Depende del espíritu más o menos aventurero del afectado. Y de la suerte y el trabajo, claro. Con esos ingredientes llegó Julián Escarpa Ochoa a su particular sueño americano sin salir de València al crear casi de la nada una empresa -SP-Berner- que hoy en día es puntera en un sector, el del plástico, que batalla, desde el reciclado, contra el estigma de contribuir al cambio climático pero que en esta crisis del coronavirus ha logrado un respiro -nunca mejor dicho- precisamente por las garantías que ofrece para evitar contagios.

La vida de Escarpa dio un giro imprevisible en 1963. De alguna forma, él también se recicló. El futuro empresario era entonces un obrero con dos empleos, una situación nada insólita en la España del desarrollismo franquista. De día trabajaba como operario en una fábrica y, por las noches, como vigilante jurado en otra firma. Se desconoce cuándo dormía. Esta última empresa cerró y como no tenía dinero le pagó la indemnización en especie. En concreto, con una máquina de inyección de plástico «bastante primitiva», como cuenta su nieto Jorge Escarpa, actual adjunto al CEO de SP Berner. «Era buen negociador y seguro que vio una oportunidad de negocio en la máquina», añade.

Desde luego. Julián Escarpa cogió el artefacto, se lo llevó a su casa de Aldaia y lo instaló en un corral para gallinas anexo a la vivienda. Y se puso a fabricar piezas de plástico. Fundamentalmente, monturas para muebles: «Antes se hacían de madera y el proceso era lento y caro, mientras que, con el plástico, el producto se abarataba, se elaboraba con rapidez y encima todas las piezas eran iguales», rememora su nieto. Acertó. La idea cuaja a nivel local. Escarpa compra una segunda máquina. Toda la familia arrima el hombro: el matrimonio y los tres hijos. Adquiere más maquinaria y llena el corral. Cuando necesita más mano de obra, contrata a los vecinos. Se queda sin espacio y en 1974, una década más tarde de fundar la empresa, compra una nave y pone en marcha una fábrica grande para atender la demanda que no cesa. Y entonces llega 1990 y un incendio que destruye las instalaciones por completo.

Fue un punto de inflexión. «Ahí tuvimos que decidir qué hacíamos, si renunciar o resurgir de las cenizas. Y optamos por lo segundo, claro. Reconstruimos la planta en el mismo sitio, en Aldaia, que es donde estamos ahora, pero hicimos naves separadas para evitar que otro incendio arrasara con todo», recuerda Escarpa. La empresa también amplió su catálogo de productos, conforme el plástico se iba introduciendo cada día más en los usos y costumbres de España y empezaba a ganar terreno a materiales como el metal o el vidrio «por coste y peso». Un ejemplo de ello fueron los tapones.

La evolución fue imparable y en estos momentos SP-Berner dispone de cuatro unidades de negocio. La primera de ellas está relacionada con el consumo y en su catálogo incluye artículos como los de menaje de cocina, limpieza del hogar, como cubos y escobas, o cuidado personal, como cepillos dentales y de cabello. La segunda abarca al sector del mueble: sillas, mesas, tumbonas, sofás: «Vamos ganando terreno al ratán, el mimbre y otros materiales clásicos. Le damos una apariencia muy similar a buen precio», puntualiza Escarpa. La tercera es la meramente industrial, como tapones, palets o cajas, y la cuarta, introducida en 2012, y en el que la compañía apuesta buena parte de su futuro: el reciclado. En este caso, los productos tienen dos orígenes. Uno de ellos es postindustrial, como cuerdas, polietileno de invernadero o mantas térmicas agrarias, y el otro, postconsumo, dado que SP-Berner «rescata miles de toneladas de plásticos que iban al vertedero y los recupera para hacer sillas, palets, mesas o tumbonas».

Mil empleados

Con estos mimbres, la compañía ha cogido vuelo de altura. En estos momentos cuenta con 1.000 trabajadores, de los cuales 700 están en España y el resto, en su filial de China. En el gigante asiático, la firma tiene una fábrica de la que el 30 % de su producción va dirigida a España, mientras que el restante 70 % se vende en la propia China a través de Ikea y de otros clientes de la empresa valenciana que también tienen tiendas allí. El 30 % es también el porcentaje de lo que exporta esta empresa, sobre todo a Francia, Portugal, Reino Unido y Alemania. Jorge Escarpa se vanagloria de que SP-Berner no ha tenido que aplicar ningún expediente de regulación temporal de empleo durante los meses que han transcurrido desde que estalló la pandemia del coronavirus. «Hemos aguantado» ese tiempo de confinamiento y «hemos estado haciendo stock de productos que ahora están saliendo al mercado». La firma prevé alcanzar una facturación de 170 millones de euros este año, porque «tenemos que seguir creciendo», según afirma Escarpa, quien no desveló el volumen de negocio de 2019 porque los datos de dicho ejercicio no se han procesado hasta el final de junio.

La compañía tiene claro que su gran apuesta de futuro tiene que ser el reciclado, sobre todo el derivado del posconsumo. En relación con esto, Escarpa considera que la crisis sanitaria que estamos viviendo significa «un antes y un después en la imagen del plástico», un producto demonizado por su supervivencia y el daño que ocasiona al medio ambiente, pero que durante la covid 19 «ha sido básico» para aislar alimentos e impedir la expansión de los contagios. Dice el directivo que «el plástico no es malo en sí, sino lo que hace la gente con el plástico. No hay que tirarlo al mar ni al monte, sino llevarlo a un contenedor para reciclarlo». La covid ha supuesto para SP-Berner entrar en una nueva línea de negocio tras comprobar los serios problemas que ha tenido España para nutrirse de mascarillas o EPI. Así, la semana pasada la compañía presentó un protector de las vías nasales y bucales que es reciclable. Según Escarpa, que recuerda que la firma lleva más de un mes fabricando mascarillas y haciendo donaciones, el nuevo producto «es muy seguro y es bueno para el bolsillo del consumidor». Se trata de una mascarilla con diez filtros, cada uno de los cuales tiene una vida de ocho horas. Cuesta 4,95 euros en la venta al público.

En el año 2000, el padre de Escarpa, Julián, compró a sus hermanos su participación en la empresa y ahora es esta rama familiar la que se ha quedado como accionista mayoritario de SP-Berner. La tercera generación ya está al mando, con el plástico reciclado en su punta de mira. Ese es su horizonte.

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