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Blanco

Como un argumento interrumpido, una noche sin premio o el peor partido del fin de semana. «En blanco, en blanco», repetiría un coronel Kurtz posmoderno. En una época en la que un trayecto en metro se rellena con tres canciones del Ipod y una espera en el médico con los últimos tuits de Roncero, ¿por qué alzar una protesta insonora, como los aspavientos de Cristiano Ronaldo? El voto inmaculado, la opción de los huérfanos de partido, dispuestos al silencio pero dispuestos al fin y al cabo, es una elección bajo sospecha en nuestro tiempo. Un anacronismo arrinconado por una sentencia: «Si votas en blanco estás con la mayoría». El índice de furia muda explotó en la Comunitat Valenciana en las autonómicas de 2011 (60.670 papeletas blancas) para despeñarse ese mismo año en las generales (28.755), incluso por debajo del voto nulo. Esto es que hubo más gente que escribió un exabrupto en la papeleta o votó al «Partido de la Croqueta». Los nihilistas se han quedado en la ´A´ de este abecedario, así que uno que vota en blanco se revela ante la masa como algo peor: un ignorante que presume de nihilismo. Nadie quiere ser ya Gandhi. Si te levantas del sofá un domingo, o berreas en el campo de fútbol o en las urnas.

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