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"Algunos arponeros gallegos hacían cosas casi inverosímiles en otros lugares, como cazar dos ballenas a la vez o atrapar un cetáceo remolcando al costado del barco otro ya muerto...". Quien así se expresa es Felipe Valdés Hansen, uno de los mejores conocedores de la historia de la caza de la ballena en Galicia, una actividad que se remonta al siglo XIII y que se prolongó hasta 1985. España suscribió la moratoria internacional que entró en vigor en 1986, por lo que las factorías de Punta Balea (Cangas) y Caneliñas (Cee) se vieron obligadas a cerrar.

Dos antiguos balleneros de Cangas, Plácido Montenegro y Francisco Alfaya, "Chuco", evocan los años de mayor actividad, "cuando llegamos a capturar once cachalotes en un mismo día" y un solo barco podía cazar al año más de cien ballenas. Entre 1971 y 1980, según datos de la Sociedad Gallega de Historia Natural, se capturaron en Galicia 4. 338 cetáceos. A finales de los años 70, la industria ballenera mantenía 233 empleos en Galicia y era la empresa que más exportaba a Japón de todos los sectores industriales españoles. Los marineros gallegos capturaron su última ballena en el mes de octubre de 1985.

Una ballena azul de 29 metros

Plácido se embarcó por primer a vez en un ballenero en 1959 y, con algunos intervalos, trabajó para la factoría de Punta Balea de Massó hasta que cerró su actividad. Su primer barco fue el "Lobeiro" y posteriormente se pasó a los "Ibsa"; su mayor captura fue una ballena azul que medía 29 metros de largo. Por su parte, "Chuco" estuvo embarcado en el ballenero "Lobeiro" entre 1966 y 1969, cuando era todavía un chaval, primero como fogonero y después como marinero. Recuerda que la mejor época para la caza de ballenas era entre julio y agosto, meses en que se realizaban la mayor parte de las capturas. Uno de sus mayores sustos se lo llevó a unas 25 millas de Ons: "Estaban ya balizados 6 cachalotes; con los cinco primeros no hubo problema, pero el sexto estaba vivo y al arrimarlo al barco le hizo un boquete en el costado. El cachalote medía unos 18 metros".

Tanto Plácido como "Chuco" comentan que el de ballenero era "un oficio muy bonito" y además, a diferencia de la pesca de altura, regresaban con frecuencia a tierra. En algunas ocasiones hacían mareas de ocho días, pero otras veces regresaban a diario para traer las capturas a la factoría.

Desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII, los puertos gallegos más importantes en esta actividad fueron los de San Cibrao, Bares, Burela o Foz, en el norte, y los de Malpica y Caión, en el oeste. En el siglo XX la actividad se concentró en tres lugares: la ría de Vigo, con una factoría flotante y otra terrestre, en el Cantábrico con la factoría de Morás (Lugo), y en la Costa da Morte con la más importante de todas, la de Caneliñas.

Los primeros indicios docu-mentados de la industria balle- nera en Galicia son del siglo XIII

y probablemente fueron los vas- cos quienes introdujeron esta ac-

tividad, que aprendieron de los normandos. En el siglo XX hubo en un primer momento dos compañías hispano-noruegas: una se estableció en la ría de Vigo, con una factoría flotante, y la otra en la de Corcubión y Cee, donde instalaron la factoría de Caneliñas. "Después los gallegos recogieron el testigo", apunta Felipe Valdés, siendo IBSA (Industri a Ballenera S. A. ) la empresa más importante.

El abastecimiento de cetáceos en la factoría de Cangas, en la que trabajaban entre 60 y 70 personas, dependía de Ibsa, propietaria de la concesión de pesca en esta parte de la costa gallega. Como señala Valdés, los balleneros gallegos "ocupan un lugar modesto pero muy respetable en la historia ballenera". Sus mejores épocas fueron en el siglo XVII y en la segunda mitad del XX. En el caso de los últimos arponeros, aprendieron el oficio a bordo de viejos y obsoletos barcos a vapor desechados por los ingleses y noruegos, utilizando escasos o deficientes medios. Cuando las cosas mejoraron un poco, a finales de los años setenta, las capturas se duplicaron o triplicaron.

Felipe Valdés es el autor del li-

bro "Los balleneros en Galicia (siglos XIII al XX)", y en el que analiza con rigor la caza de cetáceos en Galicia. Recoge asímismo testimonios de los últimos balleneros gallegos, muchos de ellos con experiencia previa como marineros de altura que recuerdan trágicos naufragios, sobre todo en el caladero del Gran Sol. En cuanto a la caza de la ballena, uno de los naufragios que más le impresionó fue el registrado "en las proximidades del estrecho de Gibraltar en 1951, cuando se hundió sin dejar rastro un ballenero. Desapareció sin más. Ni siquiera un aviso por radio. Nada".

La caza de ballenas en Galicia pasó por dos etapas: la tradicional o artesanal, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, y la moderna o industrial en el siglo XX. Curiosamente, como señala este investigador, en ambos casos los períodos de mayor actividad fueron protagonizados por balleneros foráneos: los vascos en el siglo XVI y los noruegos en los años veinte del pasado siglo.

Hasta el siglo XVIII, en la caza de la ballena se empleaban pequeñas embarcaciones de madera que fueron evolucionando con el paso del tiempo, aunque con unas características comunes: ocho o diez metros de eslora, a remo o vela y tripuladas por unos ocho marineros. "En el siglo XX -explica Valdés- irrumpen en Galicia los barcos a vapor, de 35 a 40 metros de eslora, que en la proa artillaban un cañón-arponero para poder cazar los grandes rorcuales que, hasta entonces, casi se habían librado de los balleneros con arpón artesanal, muy diferente al del siglo XX que era un pesado artilugio de 80 kilos, con cuatro garfios articulados para aferrar la captura y provisto de una granada explosiva en la punta para acelerar su muerte".

Un arpón de 70 kilos

Plácido Montenegro corrobora que el arpón pesaba 70 kilos y otros 10 kilos la granada que llevaba en la punta, por lo que para manejar el cañón "hacían falta dos hombres". Y no siempre se acertaba a la primera: Plácido recuerda que en una ocasión necesitaron ocho disparos para matar una ballena.

Antes de la invención del cañón arponero los marineros gallegos capturaban sobre todo la ballena franca y, ocasionalmente, el cachalote y el jibarte. Estas tres especies eran más pequeñas, menos rápidas y, en general, más accesibles con los medios de aquella época.

El hecho de concentrar la casi totalidad de las capturas sobre una sola especie hizo que la ballena franca casi se extinguiese en el Atlántico Norte, "aunque a veces reaparece como un fantasma en las costas peninsulares", apunta Valdés.

Ya en el siglo XX, la actividad ballenera se centró en los cachalotes y el rorcual común, también el norteño y el azul, el más grande de todos los cetáceos.