Como ejemplos del despilfarro, todo un ministro del Gobierno ha puesto el que «somos el único país en que se han inaugurado aeropuertos peatonales» y que «en la oficina que el Consell tiene abierta en Bruselas, se llegó a contar con más de 60 empleados a sueldo cuando, siendo eurodiputado, ni siquiera he llamado. Era más sencillo hablar con el conseller de turno». Lo dice Margallo con la mayor naturalidad como si los espabilados no tuvieran nada que ver con quienes lo han aúpado nada menos que hasta la jefatura de Exteriores. Mientras en el pesepevé se asesinan para pillar cacho en la gestión de la miseria orgánica que administran, sus rivales aprovechan para pasárselo pipa a nuestra costa.

Y eso que Margallo no creo que se espante de nada puesto que no está en edad de merecer, al contrario que el chaval aquel que se iba a casar en abril y al que hasta su suegra, que además estaba de buen ver, le parecía genial: «Ella sola se ha preocupado de organizar la boda. Hace poco me llamó para pegarle un recorte a la lista de invitados. La revisamos y la dejamos en su justa medida. Fue entonces cuando me dejó boquiabierto. Me dijo que siempre le había resultado atractivo, que dentro de un mes ya sería un hombre casado y que, antes de que ocurriera, quería tener sexo salvaje conmigo. Se levantó, giró sensualmente hacia el dormitorio y me susurró que yo sabía dónde estaba la puerta de la calle si lo que quería era marcharme. Me quedé inmóvil y finalmente decidí que sabía qué camino tomar. Me dirigí corriendo a la puerta y fuera, apoyado en el capó del coche, estaba su marido sonriente y mi novia. Me explicó que querían estar seguros y se les ocurrió esta prueba que yo había pasado con éxito. Su padre me abrazó sin que yo pudiera reaccionar, aturdido por la sorpresa, y ella me besó tiernamente... Menos mal que fui a buscar los condones, que si los llego a tener encima...».

Me recuerda a nuestras otras criaturas: le dan a todo y luego les sale bien.