Piero en otros tiempos el negocio bullía y los choques sociales eran la coreografía de un mundo en ascenso. Un enorme camión trata de hacerse sitio en el aparcamiento ¿Seguirá el negocio de la naranja? De algún modo, sí. Estamos en el piedemonte meridional del Espadà, en la raya de Castellón, y los campos tienen regatos de piedra, mortero y ladrillo macizo: acequias de verdad. Y se escalonan en dirección al mar según una sabiduría muy antigua que Jaume I respetó y que hace más de doscientos años dejó admirado a Cavanilles. Este suave declive convierte en campanilleo el murmullo del agua que lanza gorgoritos en partidores y sifones: una voz llena de melismas andalusíes. Dos parroquianos evalúan los caquis que habrán de cosechar para servirlos a los postres de la paella que traman entre naranjos. Los árboles ya tienen para protegerse de la escarcha la bufanda amarilla de los agrets.

Por mucho que seas de regadío, todo tu léxico hidrológico naufraga ante la mareante filigrana de los calendarios de riego, excepciones y suplencias. Y todos los inventos y artificios para aprovechar hasta la última gota de agua: la Font de Quart es la Causa Primera. ¿Qué diablos es un «Sistar»? Miro en Google y, según ellos, un conjunto pop coreano, formado por cuatro muñequitas manga vestidas de azafatas sexy.

Benavites es la más pequeña del valle, pero en modo alguno la menos interesante. Casas preciosas en blanco y azul, y la torre renacentista de los Roiç de Corella y los marqueses de Cocentaina. Una torre con sillares romanos y piedras removidas del cementerio judío de Sagunt. La torre tiene en su corazón una escalera de caracol, Polifemo ilustrado que se da el gusto de sentir un vértigo perfecto, pitagórico. Hasta el nombre (Benavites: hijo de Abidis o Habidis) remite a uno de los héroes fundacionales de la mitología ibera, cuando esto se llamaba Tarsis, u Ofiusa, o vaya usted a saber. Aquí los mozos celebran el bou de gener y en Quartell, el bou de Nadal. Sorprendo a la brigadilla de Quartell instalando los burladeros junto al Molí Nou, el mejor conservado de la comarca, que también es museo, pero no abre un lunes.

En un bar de Quartell, un cliente enseña a los colegas una caja de marisco congelado y unos pirulos cónicos, al parecer, rellenos de langostino: cosa de fe, es Navidad. La bonita iglesia barroca de Santa Anna de Quartell también da nombre al grupo escolar, otra vez de blanco y azul, como tantas cosas de estos dos pueblos. En el Calvario de Quartell, ordenado contra el sentido de las agujas del reloj (porque no se trata de avanzar, sino de volver al momento de la redención), me zamparé las dos empanadillas de tomate (muy buenas) que he comprado en el horno Mare de Deú dels Àngels de Benavites. El invierno es tan benigno, que los pajaritos se han puesto inusitadamente lujuriosos.