Atribuyen a Zapatero la maldad según la cual la prensa madrileña es conservadora pero plural, ya que La Razón es de Aznar, el ABC de Rajoy y El Mundo de Zaplana. Sea o no suyo el aserto esta supuesta pluralidad es lo que hace que a muy duras penas nos sorprendan estos periódicos crucificando a peperos como Sigfrido Herráez, un tránsfuga de los buenos. Un tipo que renunció a la concejalía de Vivienda del Ayuntamiento de Madrid para dedicarse al ejercicio de la arquitectura fuera de la Villa y Corte y amaneció de vicepresidente de una constructora que opera en la capital. En definitiva, nada que no hicieran antes que Herráez el no menos ex concejal de Obras de la corporación madrileña Florentino Pérez. O el jefe del Servicio de Planeamiento del Ayuntamiento de Valencia y, en calidad de tal, director del PGOU aún en vigor, Alejandro Escribano. Un escribano que, por no renunciar, no ha renunciado aún a su excedencia como funcionario. Explotar en la privada los conocimientos adquiridos en la pública ha estado siempre a la orden del día. Así en el Ejército del Aire como en la Administración local o estatal.

Anonadados. Frente al Palau de les Arts estamos todos como Josep Pla ante la deslumbrante visión de Nueva York de noche: preguntándonos retóricamente ¿y esto quién lo paga? Ya lo dijo Martín Pacheco: lo que no es ambición, entendida como una necesidad, es flato. Y los vicios se pagan. La cuestión es: quién, cómo y cuándo.

Extrañados. Puestos a estar, uno está, también, como Jesús Civera ante el silencio con que han acogido nuestros particulares lobos los proyectos de construcción de nuevos alojamientos para paniaguados en el jardín del Turia y de un mamotreto en el solar fundacional de Valencia (la Almoina). Es decir: extrañadísimo. Con lo que aullaron contra Vetges Tu o la solución planteada por Grassi para las ruinas del teatro romano de Sagunt. Y lo discretos que están siendo ante estas intervenciones no menos agresivas que aquéllas. ¿A que resulta que lo que les molestaba no era el cemento?