Como el cine se dedica últimamente a los niños, la cohetería, los efectos y la ampliación de la play station (me decepcionó la Adele de Luc Besson) y cualquier pieza picante de Pepe Escamillo, pinche de cocina y artista de «El Molino Rojo», es un prodigio de sutileza y buen gusto al lado de las habituales memeces de la televisión, es normal que al teatro le aguarde una larga vida. Y no sólo al de Shakespeare o Lope, sino a otros géneros mestizos, a veces mudos pero siempre gesticulados. O instrumentados. El retorno al MIM de Sueca, de Bambalina y La Fura dels Baus lo demuestra. Sin contar a los aplaudidos Yllana que meten un percusionista numerero donde antes estuvo Ari Malikian, el virtuoso del violín. También va B, el sábado, con el espectáculo Lorazepan, el ansiolítico.

En Benimaclet hay un garito de nombre Kaf café, donde mi compadre Abelardo Muñoz presentó su libro de crónicas llameantes Gas ciudad. Fue el lugar elegido por Tonino para preparar el ensayo general del inminente desembarco de La Doña en el teatro Muntaner de Barcelona, el día 22. Le acompañaba un músico de aquella ciudad, Pau Denut, que es un violoncelista que se presta a cosas varias como silbar, hacer la segunda voz y, llegado el caso, preparar un mix con el Himne Regional, el de Falange y Els segadors, poco importa; el patriotismo bien entendido sólo es la capacidad de no recular cuando la cosa se pone fea, el resto del tiempo es refugio de sinvergüenzas.

El caso es que volví a ver a Pau Denut, casi por casualidad, poco después en un piscolabis-performance para celebrar la apertura de la temporada en la sala La Inestable. A Pau le dio por el desgarro, quiero decir que estuvo más cerca del cancionero que de cualquier poemario. Streap-tease cardiovascular, como dijo él mismo y así, de bolero en bolero y de corrido en corrido, de Nina Simone a Matt Monro (aunque de todos los pantanos melódicos siempre acababa emergiendo El manisero de Machín), Pau compuso un desvergonzado y arrasador retablo sentimental. Gran tipo.