La magnitud de la crisis actual ha despertado la colaboración ciudadana y la participación comunitaria. Frente al secuestro mercantil de la voluntad colectiva, la población no sucumbe a la impotencia, sino que despierta sus energías solidarias. Los ciudadanos no sólo tienen problemas, sino que buscan soluciones conjuntas, como exigencia interna de la propia crisis.

El voluntariado actúa como una célula madre que se fecunda, se extiende e irradia en diversas organizaciones sociales para prestar atención a todas las formas de la necesidad, desde el abandono al desamor, desde la prevención de la enfermedad a la promoción del barrio, desde la soledad no deseada hasta la defensa de un derecho pisoteado. Ofrece su apoyo, alivio y acompañamiento a personas desvalidas en contextos de escasez. Y lo hace sin retroceder a los tiempos de la beneficencia ni debilitar las conquistas del estado social que se ven cuestionadas no sólo por la reducción de los presupuestos sociales, sino también por ideologías que posponen el interés de los más débiles.

Los voluntarios se proponen compartir su tiempo, sus fuerzas, su dinero porque en una sociedad justa, el otro no sólo tiene el derecho a ser protegido por la responsabilidad pública, sino también a realizarse simultáneamente como dador y como receptor de ayuda en el interior de su comunidad. Atienden, asimismo, a la realización y despliegue de las capacidades de las personas y de los grupos a fin de fortalecer su ciudadanía activa, potenciar su protagonismo social y romper el destino de exclusión.

Escribía la joven judía Ettil Hillesum desde el campo de concentración nazi: «He notado que en cualquier situación, incluso en la más duras, al ser humano le crecen nuevos órganos vitales que le permiten salir adelante». Los voluntarios tienen un compromiso con el despliegue de capacidades humanas; hablan y se dejan hablar, sanan y son sanados, despiertan y son despertados, ayudan y son ayudados, crean vínculos y son vinculados. Vinculados a un territorio y a una historia, como requería Pablo Neruda a su cartero voluntario Mario: «Quiero que vayas con esta grabadora paseando por Isla Negra, y me mandes los sonidos de mi casa. Y si oyes gaviotas, grábalas. Y si oyes el silencio de las estrellas siderales, grábalo». Como Mario, los voluntariados actuales quieren ser tutores de las capacidades.

Asímismo, inciden en la creación de una cultura de la solidaridad, que gestiona los propios riesgos, promueve bienes sociales y ampliar los espacios de participación. Se mantienen en estado de vigilancia, de turbación y de empatía, comprometidos en la creación de una esperanza colectiva, que aliente la utopía, sin la cual los pueblos no caminan. Si se acercan a la cárcel es para que haya un mundo sin cárcel, si acuden a los bancos de alimentos es para perturbar las causas de la pobreza, si construyen un taller de empleo es para significar que con el empleo no basta, que el parado no sólo sufre la falta de trabajo sino también la falta de reconocimiento, la ausencia de protección y la merma de derechos sociales.