Mitt Romney y sus partidarios decidieron que para ganar en Iowa tenían que destruir la campaña de Newt Gingrich. Ahora Gingrich parece impaciente —y capaz— de devolver el favor. Romney se alzó con su victoria, pero no se percibe tal. Es vergonzoso que el presunto favorito republicano solamente pudiera derrotar a Rick Santorum por ocho votos de los alrededor de 120.000 depositados en los comicios del martes. Es problemático que Romney haya pasado los cinco últimos años haciendo campaña en Iowa y aun así llevarse solamente la cuarta parte del voto.

Y es directamente nefasto que Gingrich esté amenazando con hacer lo que pueda para obstaculizar el camino de Romney a la candidatura. Si la descripción irónica de Romney realizada en la intervención postcaucus de Gingrich el martes es el aperitivo —le llamó «un moderado de Massachusetts» al que se le da «muy bien capear el temporal»— esto podría ponerse feo.

Más feo quiero decir. A veces parece que la educación sea la religión estatal de Iowa, pero la forma en que Romney y los suyos se cebaron con Gingrich fue virulenta. Un comité de acción política pro-Romney —Restore Our Future— gastó más de 3 millones de dólares en garantizar que los habitantes de Iowa no pudieran ver más de diez minutos de televisión seguidos sin ser asaltados por algún anuncio explicando la razón de que Gingrich sea un tunante, un chupatintas, un mentecato o —escalofríos— un liberal en el armario.

Romney pudo afirmar distanciarse de esta sórdida andanada porque el colectivo Restore Our Future es «independiente», ejem ejem, de la campaña. Tuvo algo de justicia poética, porque Gingrich ha hecho lo propio por asegurarse de que la retórica política estadounidense sea un deporte encarnizado. ¿Podría ser que el caballero que llama «el presidente de las cartillas de alimentos» a Barack Obama no sepa aguantar un poco de presión?

Pero Gingrich está indignado, a lo mejor no tanto porque esté convencido de que la publicidad negativa fue injusta, sino porque sabe que fue brutalmente eficaz. Había dejado atrás a Romney y parecía tener un camino viable a la candidatura. La noche del martes, tras ser machacado, Gingrich se alzaba con apenas el 13% de los votos y terminaba en cuarto lugar. No está claro que Gingrich pueda ser candidato. Pero puede infligir cuanto daño pueda a Romney, en especial durante los dos debates de este fin de semana en New Hampshire.

Gingrich es lo bastante listo para saber que el efecto será dar a Santorum el tiempo y el espacio que necesita para empezar a levantar una organización de campaña que pueda competir con la de Romney. Esta alianza de facto anti-Romney, de materializarse, será de conveniencia, no de convicción. Pero podría ser eficaz.

La campaña de Iowa puso de relieve lo que los expertos en sondeos venían diciéndonos todo el tiempo: a los republicanos Mitt Romney no les cae bien del todo. Les cae mucho mejor que Obama. Pero en este pasado fin de semana en Iowa, aunque encontrar apoyos a Romney fue fácil, fue difícil encontrar pasión. Las multitudes no se congregaban en torno a Romney como se reunían en torno a Ron Paul o Michele Bachmann. Muchos de los conservadores decididos que dominan la política republicana simplemente no creen que Romney sea uno de los suyos.

«Yo nunca votaría a Mitt Romney, ni siquiera siendo el candidato», dice Phil Grove, a quien encontré la tarde del lunes en un mitin de Bachmann en el barrio residencial de West Des Moines. Grove, químico, y su mujer Sue, enfermera, seguían indecisos —sólo quedaba un día para los comicios— y tenían motivos para rechazar a cada uno de los candidatos. Santorum y Gingrich eran vástagos de Washington, decían; Bachmann y Paul tenían buenas ideas pero probablemente no podrían derrotar a Obama. Romney era considerado por la pareja como alguien más allá de los límites simplemente.

La buena suerte de Romney reside en que los conservadores a ultranza han tenido múltiples candidatos entre los que elegir hasta ahora. Con Bachmann abandonando y Rick Perry quedándose atrás, la campaña pasa a ser —desde el punto de vista de Romney— preocupantemente sencilla.

Abandona Iowa con una victoria bajo el brazo, en sentido técnico, pero también con un nuevo rival destacado con potencial para acabar en buen lugar en New Hampshire y muy bien en Carolina del Sur. Teniendo en cuenta el abanico de candidatos cada vez más limitado, habrá espacio para que el apoyo a Santorum crezca si hace campaña con eficacia.

Romney, en tanto, no ha demostrado aún que pueda superar la cota del 25% contra la que se sigue estrellando. Y tiene que bregar con un Newt Gingrich gravemente herido, enfadado y capaz de convertirse en el centro de atención, el equivalente político de un lobo feroz.

Vamos, que pasó algo divertido en el camino a la coronación.