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Navidades en un balneario de ayuno

Los pájaros, gorriones castaños, entraban volando por las ventanas del hotel-balneario y comían las sobras del menú de adelgazamiento. No estaban gordos, como nosotros; lo que querían era engordar.

Sin inscribirse y ahorrándose así la factura final, picoteaban un poco del cóctel de langostinos de huerta con salsa de yogur a la menta, tortilla de acelgas (sin huevo) con finas hierbas, chuleta de ternera vegetal en costra de setas, o rollo de lenguado de herboristería. Todos los internos humanos por propia voluntad entablamos cierta amistad, durante los siete días de nuestra reclusión, con los descarados gorriones /gorrones castaños, que podían entrar y salir, volando, a comer, sobre todo, la chuleta de ternera vegetal.

Me había apuntado, como Vargas Llosa y María J. Montesinos, a un Programa de Adelgazamiento / Renacimiento. Siete días en régimen de pensión completa dietética. ¿Por qué me inscribí? Simplemente por averiguar en qué consisten los controles médicos y de peso por «impedancia bioeléctrica». Siempre me interesó, desde muy niño, la «impedancia bioeléctrica», y la refracción de la luz para construir una cromática fuente (el chorrito) como la de Bienvenido, Mr. Marshall, según las instrucciones técnicas de Félix Fernández, el boticario de Villar del Río.

Nada más llegar al hotel-balneario de Adelgazamiento / Renacimiento, sito en una población santanderina donde se hospedó la selección española de fútbol, nos entregaron un albornoz de color blanco y unas zapatillas. Hubo un cóctel de bienvenida: tres sorbos de sidra asturiana de autor.

Inmediatamente, las clases sociales y las discriminaciones por razón de dinero, sexo o cultura desaparecieron. Todos, vestidos de blanco, ya éramos iguales, desde un jeque árabe y su séquito hasta el dueño de una marisquería de Vigo o la propietaria de una pastelería de L´Hospitalet de Llobregat. Ya dijo una camarera vegetariana en la película La tentación vive arriba, de Billy Wilder, que no habría guerras si los combatientes se enfrentaran desnudos; del mismo modo, los albornoces blancos nos equiparaban a todos, despojándonos de nuestra biografía. Otra forma de desnudez.

Al segundo día, una bandada de grajos se lanzó en tromba sobre mi mesa y me picoteó con saña. Había confundido mi albornoz blanco con el dulce algodón de las ferias navideñas. No se lo tomé en cuenta hasta el último día del tratamiento. Entonces, puse Evacuol en la amarillenta tortilla sin huevo „como cebo„ y diez o quince de estos aprovechados grajos fueron incapaces de controlar sus esfínteres durante un par de días. Mancharon todas las alfombras del hotel-balneario.

Lo que más beneficio me produjo fueron las sesiones de «drenaje linfático mecánico», los «envolvimientos», siete masajes manuales y un tratamiento facial. Me miré en un espejo: era El retrato de Dorian Gray, pero mucho más favorecido. El ideal de la belleza masculina. Había tele en la habitación, pero no pude olvidarme de la sesión de «flebología» y del estudio de la composición corporal por «densiometría dexa» de ese día.

Una noche, algunos nos escapamos del campo de concentración y fuimos a un club de carretera. Al pedir una limonada o un refresco sin alcohol, las señoritas empleadas, apiadándose de los albornoces blancos y de nuestra blanca palidez, nos ofrecieron alternar, gratis, con agua mineral Mondariz y dos gotitas de anís del Mono.

Perdimos 2 quilos 237 gramos en una semana. Yo los recuperé quince días después. El 7 de enero de 2014 regresaré a la misma clínica de concentración. Me han informado que debo inscribirme en el curso de «reflexología podal». Ignoro en qué consiste, pero los expertos aseguran que «es lo último» en curas de adelgazamiento. Veremos.

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