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Pacto en el partido

Aalguien hay que imputarle la derrota electoral. En general, el príncipe nunca es culpable del fracaso. Para eso ya están los cortesanos. Es sabido que las relaciones de poder no han variado desde Maquiavelo. Tras una pérdida, Felipe González dijo que había «escuchado el mensaje». En realidad, no escuchó nada. Fabra dice haber oido esa misma música, porque reconoce la distancia con la calle y el cisma con su propio electorado, que el domingo no sólo se abstuvo sino que contestó sus políticas con una expresión altiva. Cuando la niña cae en la acequia y se ahoga, entonces las autoridades advierten de la necesidad de cubrir las aguas pestilentes. Los ecos del problema del PP se vienen escuchando desde hace mucho tiempo: desde la última fase de Camps al menos. Pero nadie hacía caso, o nadie osaba hablar. El PP es un partido muy vertical, demasiado vertical para los cambios que se están produciendo entre la ciudadanía y sus representantes. El 25- M destapó las necesidades urgentes del PPCV y verificó la irritación de la calle. Describió de forma ruda, y por vez primera, su deslegitimación.

Fabra propone dos medidas para reactivar el vínculo con los ciudadanos, luchar contra la indiferencia, pelear contra las políticas de austeridad que han golpeado a las capas medias y, en fin, reanimar al enfermo. Por una parte, vigorizar al partido, que es la principal vía de transmisión con el vecindario. Por otra, sustituir algunas de las caras asimiladas con el rostro del abatimiento. Una y otra son convergentes y concluyen en una efigie concreta: la de Serafín Castellano. Es, sin duda, la víctima del 25-M y, desde luego, el chivo expiatorio, el elemento imprescindible en estos procesos. Castellano se ha de prestar al sacrificio porque el partido, ya se sabe, antecede a la persona. Y todo el PPCV se ha dirigido hacia él para responsabilizarle del naufragio. La infausta ola no entiende de capacidades, que abundan en Castellano. El escalón que bajará es fruto de la coyuntura. Pero la derrota y el triunfo necesitan caras testimoniales. Tras el 25-M, Fabra ha entendido, al fin, el mensaje. Le dió las riendas del partido sin escuchar antes a barones y dirigentes, que se lo hubieran desaconsejado, y desde entonces las fricciones han sido constantes. Fabra lo ha defendido a capa y espada, pero sabe que ahora ha de abandonarlo y limpiar su error inicial: el secretario general ha de emerger de un consenso implícito o explícito entre la nobleza del PPCV. La triste imagen del domingo por la noche, tras las elecciones, resulta paradigmática: nunca, en 20 años, el PPCV ha transmitido una foto con tantos tonos apesadumbrados. Las voces del PPCV ya señalan a Bonig para tomar el testigo en la secretaría general. Carne fresca, como la de Català en la portavocía, señalada para otros vuelos pero precipitada a la arena dialéctica para que apruebe un exámen diario. Císcar, más dedicado a la formación política, que es donde se juega el futuro partido. Hay que exorcizar los fracasos, las frustraciones y los errores. Y Fabra ya ha movido dos fichas. Quizás sean sus únicos cartuchos: movilizar el partido y maquillar el Consell. Veremos las políticas que aplica hasta las autonómicas.

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