El verano es esa época del año en la que aprovechamos para cargar nuestras energías, descubrir nuevas sensaciones o lugares, o simplemente desconectar de nuestra realidad cotidiana. Por mucho que todo esté en un constante e intenso cambio, es curioso observar cómo la tradicional pausa estival -prolongada, masiva, deteniendo empresas, bloqueando instituciones, y un largo etcétera- sigue pareciendo incuestionable a pesar de que la crisis alimente voces que dan voz a otro tipo de distribución de vacaciones. Tal vez sea porque sabemos -sin saber- que detrás de estos días se esconde, bajo el prisma psicológico, algo más que una merecida recompensa para nuestro cerebro y energía: también es el momento para engrosar nuestro ego, que se recargará durante este periodo para ser capaz de mantenernos a flote en la larga travesía hasta la próxima parada.

Fotos de pies descalzos en la arena, de bañadores y modelos ceñidos que curiosamente nos hacen parecer más interesantes, de destinos inverosímiles y diferenciales. Menciones de platos nunca antes paladeados, de intimidades reflexivas que solo permite el descanso, de libros interesantes y de deportes exprimidos para subir al siguiente nivel. Miradas, pasiones, encuentros, descubrimientos. Es el momento de acumular historias, situaciones, puntos en el mapa y personas para hablar de ellas a otros. La búsqueda de la autoestima, como diría Maslow, fruto de nuestra necesidad de respeto hacia nosotros mismos y de la necesidad de respeto de los demás, llega a toda su evidencia en estos días especialmente por la consolidación de un factor que ya forma parte de la manera en que nos relacionamos: las plataformas 2.0, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación instantánea. Sol más 2.0 es igual a una ecuación simplona con un resultado evidente: queremos la atención de los demás, queremos vendernos a los otros de la mejor manera posible. Y es ahora cuando encontramos más tiempo y mejores condiciones para hacerlo.

Es ahí donde, desde una conciencia de nuestra actitud como consumidores, quienes nos dedicamos a conectar marcas o empresas con sus públicos tenemos que hilar también este tipo de comportamientos con estrategias que generen un refuerzo de estas necesidades de ego. El verano es, más que nunca, una ocasión única para aquellas marcas que son capaces de entender que su público anhela, sencillamente, la oportunidad de alimentar necesidades humanas tan básicas como hablar bien de sí mismos. Y ahora, con muchas más posibilidades de contarlo en directo desde varios dispositivos. Desde el marketing, tenemos que trabajar con esta tensión, entendiendo qué le hace sentir bien a nuestro consumidor en su relación con los otros. Acercando después nuestra marca a esas experiencias que hablen de nosotros como una opción inteligente para nuestro cliente de forma pública. Intentando que su experiencia de compra o uso de nuestros productos o servicios le haga sentir orgulloso al relacionarse con nosotros y, en última instancia y como broche, darle las vías para que luzca con ese mismo orgullo su relación con nosotros ante los demás. Incitarles a que hablen de ellos, mientras también hablan de nosotros.

Es el tiempo ideal para marcas que dan la opción al consumidor de mostrar una mejor versión de sí mismos al vincularse con ellas, al apego del calor del agosto. Como un amor de verano, para ser disfrutado, contado y recordado, pero intentando que la cosa aún siga durando para cuando llegue la gota fría.