Estoy confuso, muy confuso, y supongo que muchos de vosotros también lo estaréis. Me refiero a las llamadas tradiciones culturales, un tema político de vía estrecha, tan angosto como la mayoría de los que se vienen fraguando por estas comarcas en las que el progreso de la ignorancia va avanzando bastante más que el poder adquisitivo de la mayoría de los españoles.

Y es que nos enfrentamos a conceptos que pueden adquirir una perversidad insospechada. Recordad aquello de que algo tan hermoso como la madre con el adjetivo «política» se convierte en suegra. Y no digo nada cuando a la cultura se le otorga el rango «de masas». Ganas de engañar al personal. Igual que en el caso «arte popular». Demagogias de la cafetería de la Carrera de San Bernardo.

Es lamentable el pique que se lleva con eso de bous al carrer. No estoy de acuerdo en que, para divertirse, se torture a los animales, pero menos cuando la diversión propicia todos los años unos cuantos muertos, con o sin alcohol. La consellera de turno defiende la causa porque genera no sé cuantos millones de euros una cantidad que no recuerdo, pero que es bastante ridícula, mientras calla a cuanto sale por cadáver. Se está en la onda de la fabricación de armas, pero en dimensiones más modestas, tanto en dólares como en asesinatos.

Desde que se alcanzó la categoría de homo sapiens, no se ha llevado a cabo ninguna auditoría. Y va siendo hora. ¿O es que vamos a ser siempre animales racionales sin demostrarlo adecuadamente? De momento, la irracionalidad ha podido con nosotros, pues no se han acabado las guerras y debería ser el primer paso para superar el test.

No estaría de más reconocer que no somos dioses, ni ángeles, ni santos; que más bien nos hallamos en un baño permanente de estulticia social: que los que deberían dar ejemplo suelen ser descubiertos en un gran lago de mierda; que la responsabilidad de nuestras miserias no la tienen siempre los demás, ni siquiera el Gobierno central; que hablamos demasiado sin saber de qué va, sin reconocer nuestros exiguos conocimientos sobre la cuestión tratada. «Vive y deja vivir», recomienda el papa Francisco.

Propondría, después de lo dicho, que se contemple la posibilidad de rebajar la autoridad (inteligencia y bondad, no cacicada y pistola) del ser humano sobre el resto de los seres vivos del planeta. Porque el futuro, amigos míos, parece evidente: cada día las máquinas son más inteligentes y quienes las manipulamos más tontos. Así que una mañana la humanidad se levantará dominada por androides (algo parecido a lo que metafóricamente nos pasa aquí y ahora) quienes formarán la directiva de la Sociedad Protectora de Animales (homo sapiens incluido) y Plantas.

¿Se cuenta con alguna solución? Se puede intentar, atendiendo a Francisco, jugando con los niños; y si se juega con adultos, que sea con un gran sentido del humor.