Te recuerdan constantemente que hace calor: como si yo residiera en la Patagonia y ellos en el Argel de El Extranjero de Mario Camus o Bajo el Cielo Protector del Sáhara de Paul Bowles. Añoran jornadas solares más benignas y, en cuanto bajan unos grados las temperaturas, confiesan que pasan frío. A mediados del siglo pasado, había que conformarse con aclimatadores muy sencillos, de bajo coste (low cost y olé): en invierno, el abrigo y la bufanda, el brasero en la mesa camilla y la botella con agua caliente envuelta en una toalla en la cama; en verano, el botijo y el abanico, como mucho el ventilador. Hoy todo se resuelve con el consumo de gas y electricidad, un negocio envidiable donde los haya.

Todos esperan la lluvia. Es verdad que llueve menos en el golfo de Valencia. De unos años a esta parte donde más agua cae es en el área comprendida entre Gandía y Benidorm. «Nos ha llovido en Xàbia», me decían sorprendidos unos amigos que la semana pasada pasearon al pie del Montgó. Alguien me informó estos días de un chaparrón en Valencia, bueno en el barrio donde vive. Cuando residía en el cap i casal se dio en varias ocasiones estar hablando por teléfono con alguien de una parte de la ciudad donde llovía a mares, mientras que, al unísono, se podía comprobar que en la avenida del Puerto no caía ni gota.

Cada momento ofrece sus posibilidades. Toca disfrutar de la noche a la intemperie y encerrarse en casa, bien encerrado, cuando el sol más calienta: con un ventilador o sólo con un abanico, sobra y basta. Y, si llueve, pues a jugar al parchís, que no tardará en escampar.

¿Y la siesta? Ese bendito descanso de los mediodías caniculares cuenta cada vez con menos usuarios, entre otras razones porque no se respeta ni poco ni mucho. Como sabéis „no lo he ocultado, más bien lo he pregonado„ vivo en L´Eliana, supuesta zona residencial. Por estas fechas le da a más de uno por las reformas. El compresor paró cuando me senté a comer, qué descanso; en los postres suena una radial€ y todo material de la primera guerra mundial, muy sinfónico. Me diréis que soy un exagerado€ Esperad, esperad, que ya oigo la melodía de un cortacésped.

La noche de Sant Llorens, que no estaba nublado, me llevaron a ver las estrellas que normalmente no se pueden contemplar en áreas urbanas. Llegué más arriba de Casinos y regresé sin éxito. La luna, sí estaba, potente, casi llena, ¡menos mal! Vamos perdiendo muchos placeres en aras del progreso. Nos hemos quedado sin murciélagos y apenas se ven golondrinas; a cambio, urracas y tórtolas a punta pala. La contaminación acústica y la lumínica permanecen impunes, el bióxido de carbono „tan bueno para las plantas, tan nocivo para el ser humano„ campa por sus fueros. ¡Qué contentito que me tenéis entre unos y otros!

Hace un momento he visto pasar a Yves Montand, todo sudoroso, en su camión de El Salario del Miedo de Henri-Georges Glouzot y, envuelto en una tormenta caribeña, también me ha parecido reconocer a Humphrey Bogart en el Cayo Largo de John Huston.