Tras unos discursos pretendidamente profundos, La Inmensa Minoría se toma un descanso con cierta frivolidad. Con la venia de sus señorías.

«Cuando llegue septiembre/todo será maravilloso». Lo decía Gelu entonando en español la canción de la película de Robert Mulligam, música de Hans J. Salter. «Cuando llegue septiembre/se ocultará la luz mas pronto». La oscuridad como protectora del hecho erótico, ¡qué pillines! No fue canción del verano, pero gozó del éxito entre los que bailábamos al compás del gramófono en aquellas «reuniones» en casa de amigas y amigos. El largometraje casi dos horas de duración también recibió las bendiciones taquilleras, pues no en balde contaba con cuatro primeros espadas: Rock Hudson y Gina Lollobrigida, Sandra Dee y Bobby Darin. Allí estaba la excursión sobre motos Vespa, afición del cine de Hollywood en sus visitas a Italia. No he vuelto a ver este film; entonces me pareció divertido, simpático.

Cuando llega septiembre, nos damos cuenta de que casi todo cuanto teníamos previsto hacer en verano porque no nos dio tiempo a resolver antes está pendiente de solución. Hace algunas décadas, el curso empezaba en octubre. El veraneo terminaba con agosto y quedaba todo un mes por delante hasta que el curso diera comienzo; incluso se podía aprobar alguna asignatura suspendida. Ahora, no. Ahora, al rico calor de fresa limón y menta, con o sin aire acondicionado, ¡hala, a retomar rutinas perdidas!

Parece ser que la justificación de estos adelantos en el calendario escolar se centra en que nos parezcamos más al resto de Europa, en donde probablemente cuentan con un clima más llevadero, como cuentan con muchas ventajas que aquí somos incapaces de homologar. Y es que la vuelta al cole ya no es lo que era: todo cambia y, como se demuestra todos los días, casi siempre para empeorar. (Esta reflexión parece tomada del Principio de Peter). Aunque es el noveno mes del año, otrora debió ser el séptimo porque de ahí viene su nombre. Del latín, «september». Los sabihondos del castellano aseguran que la forma escrita culta es septiembre, y dejan una puerta abierta a la vulgar de setiembre. La vulgaridad supera cualquier otro empeño, adueñándose de la situación. Y no digamos nada de la forma hablada. Se trata de una demostración más de la evolución de nuestro querido y maltratado idioma basada, de unas décadas a esta parte, en la constante pérdida de consonantes. «Setiebé» será el paso siguiente. ¡Qué falta hace el latín! Y no para ir a misa precisamente, sino para tonificar una lengua de glorioso pasado, lamentable presente e imprevisible futuro de balbuceo infantil como decía Unamuno del portugués, camino de quedar reducida a poco más de sus cinco vocales.

Finaliza Gelu: «Y la noche sin final/será el encanto de septiembre/para mí. (?) Cuando llegue septiembre/tu vivirás conmigo a solas». ¡Chim-pum!