Lo decía Pedro de Silva la semana pasada en estas páginas: «Sólo hay una utopía mayor que la de un mundo sin guerras, y es la de una guerra sin muertos. Toda guerra es horrenda»€ Cierto. No obstante, la humanidad no ha cesado en sus acciones fratricidas „porque todos somos hermanos, ¿no?„ desde que Caín mató a su hermano Abel; por envidia, dice la Biblia, hacia quien era ejemplo de virtudes, algo por lo cual, desde hace siglos, no se desenvaina una espada. Hoy se lanzan bombas por otros motivos, sobre todo por amor a las fuentes de energía.

Pese a las buenas intenciones de Jean Giraudoux (La guerre de Troie n´aura pas lieu, 1935), no fue posible impedir la guerra de Troya. Entre la risa y la tragedia, los griegos se preparan para vivir «el primer gran conflicto armado de la historia de la Literatura». El acontecimiento lo contó Homero cinco o seis siglos más tarde de que se produjera la mítica lucha (XIII o XII antes de Cristo ) y lo hizo en la Ilíada (vocablo derivado Ilión, nombre griego de Troya) para poner de relieve los sentimientos de honor y gloria, entre otras cuestiones.

Pacifistas y militaristas se mueven, entre los protagonistas griegos, buscando lograr sus propósitos.

Héctor.„ Ahora, cuando me vaya, yo voy solemnemente, sobre la plaza, a cerrar las puertas de la guerra y no se abrirán nunca más.

Andrómaca.„ Ciérralas, pero ellas se abrirán.

Giraudoux escribe su pieza teatral en el mismísimo prólogo de la segunda guerra mundial que, como sucedió treinta y tantos siglos después, también tuvo lugar. La crisis internacional, financiera y económica, fechada seis años atrás, había derivado en gobiernos propicios a la confrontación bélica. La amenaza flotaba en el ambiente. Pese a la bondad del título de la obra, la guerra resonó en campos y ciudades, arrasando cuanto encontró a su paso. ¿O es que esperáis que una guerra consiga algo que no sea matar y destruir?

La pregunta se repite con el paso de los tiempos: ¿cómo evitar lo inevitable, acaso se puede eludir la guerra? ¿Es posible abolir las guerras? Andrew Bonar Law no pudo conocer la obra de Giraudoux a la que me refiero, porque se murió antes de que se hiciera pública; pese a ello, y aunque fuera político conservador inglés, tuvo razón al manifestar que «no existe la guerra inevitable; si llega, es por fallo del hombre». Se trata de un pensamiento un tanto complejo, pues parte de la base de que toda guerra tiene que llevarse a cabo y, en consecuencia, lo que se presenta como ineludible es el error humano. Estar dotado de determinada inteligencia no significa, indefectiblemente, saber utilizarla en momentos tan importantes. El Papa Francisco ha apuntado que estamos ya en la tercera gran guerra; la cuarta, como vaticinó Einstein, será con palos y piedras.

Nos lo recuerda el propio Homero: «Los hombres se cansan antes de dormir, de amar, de cantar y de bailar que de hacer la guerra». ¡Gilipollas!