Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que conocía personalmente a un buen número de cuantos se dedicaban, en esos momentos, al hecho plástico. Empezaba a relacionarme con su obra a partir del tercer curso de Bellas Artes, además de algunos casos de Artes y Oficios. Tanto es así que, cuando actuaba en algún jurado, muy frecuente por entonces, siempre había quien me decía: «¿Qué, has premiado a un amigo?». Y solía contestar: «Sí, y he dejado de hacerlo a unos treinta».

Ahora, se me podría preguntar si ya no tengo amistades en el mundo del arte, porque he dejado de acudir a las inauguraciones, actos que bien pocos, de cuantos se anunciaban en la capital valenciana, me perdía. Sigo bastante al tanto de lo que pasa, pues suelo contar con excelentes informadores. Incluso escribo textos, escasos, de presentación para catálogos y facilito alguna sugerencia, cuando se me solicita.

El caso es que ya me he acostumbrado a quedar mal con el personal.

Ayer, por ejemplo, se clausuró, sin que haya ido a verla, la muestra de Sebastiá Miralles, en el Centro del Carmen; el escultor ha vuelto a una de sus primeras etapas, la constructivista, a la que ha dotado de una magnífica sensibilidad, además de una evidente experiencia.

Javier Calvo, por su parte, expone en la Fundación Chirivella Soriano, y lo hace superando, enriqueciendo, aquel periodo geométrico, en el que, a finales de los sesenta, me inicié en su quehacer pictórico. Por cierto que el Palacio de Valeriola forma parte de mi último capítulo de ausencias: todavía no lo he visitado.

En la Nau de la Universitat, la Fundación Martínez Guerricabeitia presenta una exposición de dieciséis obras, del pop a la geometría, creadas por Anzo, que han sido restauradas por el IVR. Cualquier pretexto es válido para acercarse a uno de los artistas claves del arte contemporáneo español.

Tampoco he asistido al concierto que la semana pasada, en el Palau de la Música, ofrecieron Vicente Martínez Alpuente y la Orquesta de Valencia, en homenaje a Eduardo López Chavarri (1870-1971), compositor al que tuve el placer de entrevistar en su chalet cercano a los Jardines de Monforte, en mi etapa de Radio Nacional.

La ausencia es una «falta o privación de algo» (3ª acepción del diccionario de la RAE) y, en mi caso, añadiría que «contra mi voluntad». Y esto es duro, muy duro. Os lo aseguro. Pero las cosas son así y nada se puede hacer por mejorarlas. Como las recientemente implantadas tasas municipales por recogida de setas, lo que ha cabreado tanto a José Manuel Ramos, experto en la materia, que para algo nació en Bezas. Mi amigo había organizado un viaje para ArteEnRed y lo suspendió al enterarse de la existencia del nuevo impuesto.

Una serigrafía de Joan Brossa, colgada en la pared, me emite destellos intermitentes. Son sus Focs Artificials, son su manera de hacer guiños a tantas y tantas cosas: desde mis ausencias hasta sus aranceles.