Comienzo contándoles algo personal y después comprenderán su alcance. Pasé un fin de semana elaborando las alegaciones a un informe de la Subsecretaría de Estado de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad. En el informe nos denegaban fondos para constituir una Red de Excelencia Investigadora. Se trata de redes que se establecen entre equipos de investigación punteros que ya han pasado un proceso de selección muy fuerte para recibir financiación pública. Esa financiación constituye un proceso muy exigente, que requiere una gran dedicación, con una fuerte selección de equipos de I+D+i, mecanismos de evaluación ciega entre pares y mucho rigor en el seguimiento y justificación de cada uno de los gastos. No en vano se trata de una convocatoria, como indica su nombre, de excelencia.

Quizás ustedes piensen que todo esto no sirve para mucho. Pero resulta que no. Nuestra red pertenece al campo de la comunicación y la forman equipos que estudian cómo los medios se relacionan con distintos colectivos sociales desaventajados como menores, tercera edad, personas con discapacidad o enfermedades raras. Pretendíamos integrar los hallazgos de estos equipos para diseñar estrategias comunicativas que ayuden a mejorar la presencia de estos grupos en la esfera pública. Buscábamos resultados prácticos para contribuir a una sociedad mejor.

Puede que piensen entonces que la razón de no financiarla era que pedíamos mucho dinero. Pero tampoco. Incluíamos un presupuesto de 50.000 euros, del que la mayor parte además iba destinada a crear un puesto de trabajo a tiempo parcial para subir a la web los hallazgos de la red para ponerlos a disposición de otros investigadores y grupos. Los investigadores no percibimos ni un euro de estos fondos, que se destinan a sufragar costes indirectos de nuestra labor: desplazamientos, publicaciones... Aunque pedíamos 50.000 euros, aspirábamos a obtener como mucho 20.000 para nuestra red de excelencia compuesta de 6 equipos con cerca de 50 investigadores en total.

Hasta aquí una parte de la historia; ahora la otra. El domingo, después de estar cuatro horas peleando con las alegaciones, hice un descanso y me dispuse a hojear el periódico. Era un ejemplar de unos días atrás ya que no había tenido tiempo para bajar a comprar el del domingo (tampoco había leído en su día el que tenía entre manos). Y volví a ver una de las muchas listas de los gastos realizados con las tarjetas opacas de Bankia (rescatada con dinero de todos) y comparé las cifras de nuestro presupuesto con algunas de las gastadas en cacerías, hoteles, bebidas alcohólicas, spas, lencería y restaurantes. Lo que aspirábamos a recibir para constituir una red de excelencia de la investigación en España era menos de lo que alguno de los miembros de esta élite político-empresarial se había gastado? ¡en una tarde de compras! Tuve que dejar las alegaciones para otro día.

Al día siguiente, sacando fuerzas de flaqueza y del plazo que corría, volví a ponerme con las alegaciones. Y nuevamente, después de varias horas de trabajo volví a hacer un alto para leer en internet los titulares del día. Y ahí estaba otra nueva noticia para animar: destapada una nueva red de corrupción de políticos y cargos públicos que había manejado sin problema 250 millones de euros en apenas dos años. Esta vez era unas 100 veces lo que iban a recibir en los próximos dos años todas las redes de excelencia aprobadas en esta convocatoria.

La sensación es la de estar perdiendo el tiempo al promover la investigación en este país, con un esfuerzo difícil de imaginar a quienes la presentan como un sector privilegiado de bata blanca. Seguramente la misma sensación que otros tantos investigadores habrán tenido cuando preparaban penosamente sus alegaciones para obtener cinco, diez, treinta mil euros para sus redes de excelencia mientras los informativos bullen de fabulosas redes de corrupción en las que pequeños y grandes nicolases de todo tipo mueven cientos de millones públicos sin problema ni control alguno, aprovechando alguno de paso para desviar un pico que otro a sus cuentas opacas.

España ha cambiado mucho en estas últimas décadas y la investigación que se hace en nuestro país es buena prueba de ello. Pero mientras estas redes de excelencia se desgastan entre la falta de fondos y de fuerzas, vemos cómo han prosperado estas otras redes de corrupción entre parte de la clase alta política y empresarial de nuestro país, redes de influencia, de amiguismo y de clientelismo alimentadas de los mismos fondos públicos que se niegan a partidas que lo requieren infinitamente más. En estas redes se han dilapidado miles de millones de euros de todos, en fiascos como la Fórmula 1, televisiones inviables, edificios sin uso o simple y llanamente cuentas en Suiza o Andorra.

Quienes investigamos tenemos que dejarnos la piel para unos miles de euros (cuando no es que hay que emigrar), mientras muchos políticos dilapidan con alegría esos fondos que niegan a otros, más de una vez recibiendo mayorías en las urnas. Pero no haría falta inventar mucho para curar este mal: aplicar un poco del rigor y las exigencias que se nos plantean a los investigadores para obtener unas migajas de los fondos públicos a quienes manejan esos mismos fondos en otros ámbitos de la vida pública. Aplicar a todos por igual la misma cultura de rigor, de la que nace la excelencia.

No sé si nuestra red recibirá financiación. No sé si podremos contribuir a mejorar la posición mediática de algunos colectivos desfavorecidos. Seguramente, mientras los periódicos y los informativos sigan ocupados con casos de corrupción o con el sempiterno fútbol, los investigadores lo seguiremos pasando mal y los colectivos desfavorecidos seguirán sin tener un espacio propio en los medios porque sus fondos se habrán ido sin aparente problema ni control a otras partidas. O a otros países.