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El ruido en una baldosa

La diputada socialista Eva Martínez se ha enfadado porque la dirección de su partido le ha hurtado un hondo deseo: compaginar su tarea en las Corts -y la fiscalización de la F-1- con el ejercicio de letrada ante los tribunales en ese mismo caso. En su defensa, arguye que ella denunció ese asunto. Blanquerías piensa, por el contrario, que las dos funciones, letrada y diputada, confluyendo en la misma persona, suponen el camino más recto para agrandar la leyenda: la del reconocimiento explícito de la judicialización de la política y la posterior escalada de recriminaciones. Es decir, no sólo se ponía una mejilla sino el cuerpo entero, con sus partes pudibundas desfilando al completo. Dicho de otro modo: si la acusación buscaba el móvil inescrutable del homicidio, el culpable se lo entregaba revestido de oro. Hasta ahora hablamos de estrategia política, sin entrar en el arenas movedizas de la ética, que tiene poco recorrido. Basta recordar al barón de Montesquieu -y antes a Locke- para amortizar las aspiraciones de la diputada en cuestión. La democracia actúa como antítesis de la concentración de poderes; su función moral es repartirlos, no amasarlos.

El episodio en sí no tiene más alcance, y funda su génesis en un desencuentro estéril: Blanquerías dudó al principio ante la propuesta de la diputada y ésta pensó que su deseo podría cristalizar. Son micromundos dialécticos circulares, donde cada actor narra la cosa como le va. En todo caso, hubiera sido un error morrocotudo, en el plano estratégico y en el formal. Martínez defiende con eficacia el caso de la F-1 en las Corts pero de ahí a actuar como letrada sin cambiar de habitación -instaurando los argumentos en la política para después recogerlos en la Ciudad de la Justicia-?significaría saltar una frontera de difícil retorno. En fin, si la peripecia no encierra otros anhelos o aspiraciones, el lance se diluye como un azucarillo. Si es un arrebato de inconformismo, está en su derecho la diputada: la vida es antagonismo. Si constituye una declaración de guerra, ay!, entonces se han de preparar los clarines y llamar a Wagner para que orqueste la ceremonia.

Listas. El presidente Fabra anda eufórico estos días. La llamada famosa, que nunca llegaba, se ha presentado en forma de cuchicheo: de persona a persona. Fabra se encuentra con Rajoy, Margallo se lo lleva a su casa y le entrega un manual electoral, rueda videos de propaganda para el 24-M, organiza un Comité Electoral a su medida para extender su control orgánico. Dado que su figura ya está ungida con el báculo del poder -que desciende de Madrid-, ahora ya puede revolotear sobre el baile funesto de los caprichos o las arbitrariedades sin llamar a consultas. Es el repertorio del poder. Confiemos en que a Fabra le conduzca la mesura, más o menos como hasta hoy, y no cometa ningún estropicio supernumerario. La euforia de Fabra, no hace falta decirlo, es inversamente proporcional a la de sus barones, que se sienten relegados por no consultarles la génesis del órgano electoral. Es una piedra con la que tropieza una y otra vez el presidente del PP: poca confianza, escasa complicidad con su dirección. ¿Para qué acrecentar el ruido si lo habrá, y gordo, entre los damnificados en las listas?

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