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La motorista Cospedal

Las tropas franquistas ocuparon Valencia o la «liberaron». Un verbo no es cualquier cosa. Puede marcar el destino de una vida. La trampa invita a parodiar el reduccionismo de la realidad que establece el lenguaje, bastante totalitario. Pongamos el ejemplo último. O Génova ha invitado a Fabra a liberarse de las figuras incómodas que le rodean en el partido o, por el contrario, les ha concedido protagonismo a las figuras incómodas para que supervisen y vigilen a Fabra. De las dos posibles interpretaciones, hay que quedarse con la segunda, y abrazarla íntimamente. La primera rinde tributo a las mitologías, las leyendas y las ilusiones. La segunda es hija del positivismo victoriano. Denme un hecho y moveré el universo, que decía el sabio. Hecho o gesto, el material que distribuyó Génova el jueves -las posiciones numeradas de los candidatos- resulta un principio irrefutable. En lugar de designar a Fabra en solitario -lo que le hubiera bañado con un áura singular y única-, en lugar de concederle espacio, autoridad y autonomía -lo que hubiera reforzado sus políticas y su gestión-, optó por achicarle el territorio al nombrar al mismo tiempo, y junto a él, a los candidatos de Alicante y Castelló. Los viejos del lugar afirman que no se ha visto cosa igual. Por si fuera poco, Génova coronó su mensaje con algo más insólito todavía, casi circense: condujo a Rita Barberá hasta la segunda posición de la lista autonómica por Valencia, por si a alguien pudiera estar pensando en desplazarla hacia puestos más remotos. ¿El número dos? ¿Desde cuando nombra Rajoy al número dos de nada? Equilibrios, marcajes, distribución del poder, merma de la supremacía del candidato. Génova no hizo otra cosa que oprimir a Fabra y avisarle de que ha de escuchar al partido. Ya lo hizo cuando alimentó el pacto con los barones que ascendió a Bonig al altar del PPCV. Ahora ha repetido la misma música, pero con la dureza de un tambor. A los dos príncipes orillados por Fabra, Císcar y Bonig, los eleva, lo que debilita a Fabra por contraste. Y a Fabra le restringe el oxígeno para continuar con su causa y sus ideas. Génova sabrá.

Si continuamos con la misma ceremonia de los hechos ocurridos el jueves, hallaremos uno patético. O sainetesco, también según como se mire. La prepotencia con que Génova gobierna el PPCV, como si el presidente de la Generalitat y los barones fueran meros corresponsales del poder omnímodo que desplaza Madrid. Lo son. Cospedal ni se ocupó de disimular la estricta cadena de mando. Llamó a los barones y a Fabra con su lista definitiva en la mano y el destino de cada uno de ellos ubicado en el casillero. Con alguno contactó días antes para contrastar opiniones, pero de forma aislada. Aquí Cospedal, aquí la colonia valenciana. Nadie intentó disfrazar el abuso, que golpea la autoestima individual, partidista y autonómica. Nadie intentó ocultar la prepotencia ni siquiera en un instintivo rechazo de bochorno. El relato de Fabra narrando la peripecia de la llamada de Dios/Cospedal constituye la representación simbólica de cómo nos ven y también de lo que somos. Ni rastro de aquel imaginario poder valenciano, que al menos servía para despertar vanas ilusiones. Nada. La escena del famoso motorista de Franco se queda corta.

Desimputados por los pelos. Si bien se mira, los tiempos de una imputación también son injustos. Una lotería. Pedro Antonio Sánchez ha sido designado candidato para el gobierno de Murcia poco después de que un juez le levantara la imputación que pesaba sobre él. Esa meta feliz la alcanzó el alcaldable de Castelló, Alfonso Bataller, que estuvo imputado y se le «desimputó» a tiempo: a tiempo de poder acceder a la lista de aspirantes tocados por la varita mágica de Génova. Libre de mácula, Bataller disputará la alcaldía de la capital del norte. ¿Y los demás? ¿Esa legión que espera, años después, a que los lentos tribunales resuelvan sus casos? Algunos no se han podido presentar -no se podrán presentar- a las elecciones. Otros, sí. Y no por un tira y afloja de intereses contradictorios o extrañas fuerzas maléficas, sino por la mecánica trivial. La pesada carga de trabajo del juez y la pausada maquinaria judicial. Como digo, una lotería, que arruina carreras o las alumbra.

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