En esta supuesta confrontación entre lo nuevo que está por nacer y lo viejo que se resiste a morir, entre las nuevas y las viejas políticos y políticas que apuntan hacia una nueva aurora, no estaría mal que aprovecháramos para enfrentarnos también a los viejos usos del lenguaje, a las viejas metáforas, a los viejos estereotipos: que acabáramos con todo eso. Digo esto porque, aunque no tengo nada contra Mònica Oltra, sino todo lo contrario o viceversa, me sorprende en ella, tan justamente mirada para estas cosas, que hablando de su reunión con Carolina Punset afirmara: «Cuando se juntan dos mujeres no hay tanta testosterona; estoy un poco saturada de testosterona con esto de los pactos, porque en los pactos todo el mundo pone las testosterona encima de la mesa». En realidad, Mònica, cuando se juntan dos mujeres no es que no haya tanta testosterona: es que no hay ninguna. Con todo, y sin tomártelo al pie de la letra, alimentas y presupones los estereotipos de género: como si hubiera una manera de pactar segregada por los ovarios y otra más testicular (cuestión que, de ser cierta, no debería serlo). Tú sabes que estos estereotipos son mitos y máscaras construidos por los varones en la sociedad patriarcal. Sin embargo, yo mismo, al que el ciego azar hizo varón, a veces pienso como una negra lesbiana, obesa y transportista de la EMT, llamada Violeta y de camino al Congreso de Hermanas de Calp con los tambores de la batucada: es entonces cuando lo de la testosterona me ruge en la marabunta de mis partes, justo por encima de la maraca del clítoris. (Nota: si hago falta para barrer la Generalitat, cuenta conmigo).

No tengo nada contra Ximo Puig, sino todo lo contrario o viceversa, pero, admitiéndole el legítimo derecho a postularse a la Presidència, habría que recordarle que su argumento («le corresponde gobernar al más votado en la izquierda») hace aguas lógicas y políticas: en una democracia representativa, después de haber votado, le corresponde gobernar a quien cuente con los apoyos necesarios. Me sorprende también no haberles oído ninguna autocrítica y la alegría con la que transforman las pérdidas sustanciales de votos en victorias accidentales de poder. Dicho esto, me parece que a veces las cosas más sencillas son las preferibles, aunque no sean fáciles: Ximo, president i Ciprià Ciscar conseller de Cultura.

Es patético, antinómico, ansiolítico y prolexatínico que Rita Barberá lamente «la ansiedad irrefrenable de las fuerzas de izquierda radicales por alcanzar el poder». Es como si una obesa recién comida en los Altos del Mercado de Colón lamentara el apetito de los hambrientos y se ofreciera, si fuera preciso y por el bien de la patria, a zamparse unas mantecadas de Astorga, tras 24 años de chupitos y para acabar con «ese espectáculo poco edificante». (Nota: Isabel Bonig y Jorge Bellver ya empiezan otra vez con las tonterías. Aviso).