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Maravillas descritas

Para documentarme en un relato en el que llevaba un par de semanas empeñado, leí un Itinerarium medieval del fraile Jordà de Catalunya (había una versión francesa desde mucho antes) por tierras de Armenia, Persia y la India, titulado, apropiadamente, Meravelles descrites. Fascinante. También me leí el famoso libro de Marco Polo, que responde a una teórica voluntad cartográfica y que se llamó La descripción del mundo, aunque sea mucho más conocido por su subtítulo: Libro de las Maravillas o Il Milione, que es como lo conocían en Italia pues los Polo se apodaban Emiliones o Miliones y en Sollana, hay un Tancat de Mília (Emília).

Cuando lees a Polo, experiencia que recomiendo, descubres que parece un vendedor de cacerolas o el jefe de pista de un circo americano. ¡Pasen y vean! No se le olvida ni la fascinación por lo exótico, ni la expectativa de beneficios (era mercader), ni los refinamientos sexuales, allí donde se dan y a los que dedica una detestación muy impostada. Como dice Peter Sloterdijk, la globalización empezó antes de lo que creemos: los espacios y reinos fantásticos de los libros de caballería dieron nombre a los países, ríos y cordilleras de América y viajaban en las carabelas portuguesas y españolas, aunque luego, el amontonamiento de plata del Perú y México, sólo alimentase a los banqueros de Génova y fuera terreno abonado para una colosal inflación.

Tampoco tuvieron más suerte el Vaticano y los reinos occidentales en su pretensión de lograr una Asia católica, pues los únicos cristianos con los que tropezaron eran herejes nestorianos. Quedó confirmado que los mongoles eran más sofisticados, tolerantes y sabios que la mayoría de los imperios que en el mundo han sido. Atrapados en la cárcel de nuestro terruño, como Marco Polo en su prisión de soldado vencido y autor inédito que dictaba sus memorias, anhelamos sucesivas ampliaciones del mundo, de ahí el éxito de la realidad virtual y los efectos especiales. Pero llegamos al final, no hay más bola y la que hay, se recalienta con el frenesí. Hay que volver a imaginar prodigios y descubrir maravillas.

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