Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Noventa años de un clásico

Cuentan que, encontrándose frente a frente en una fiesta Paul Poiret y Coco Chanel „vestida muy sencillamente de negro„ hubo entre los dos este diálogo, bien cargado de ironía por ambas partes:

„¿Por quién lleva usted luto, mademoiselle?

„Por usted, monsieur.

El lujoso y espectacular reinado del célebre modisto tocaba a su fin, y quien lo iba a destronar era precisamente aquella mujer de cabellos cortos e ideas nuevas, imponiendo los códigos que perfilarían la silueta femenina del siglo XX. La propia Chanel mostraba el que sería uno de sus aciertos más duraderos. Tanto, que ha llegado hasta hoy: la petite robe noir o el little black dress, como lo bautizó una gran cronista americana.

Su «nacimiento» se fija en 1926. Noventa años después la vigencia del «vestidito negro» no ha decaído. ¿Qué mujer no tiene en su armario uno (más o menos sencillo, más o menos vistoso) al que recurrir cuando surge la consabida pregunta «qué me pongo» ante una ocasión que ofrece dudas...? Ir de negro siempre es la solución. Como remarcó Christian Dior: «Se puede ir de negro a toda hora, a cualquier edad, en cualquier momento. Un vestido negro es un elemento esencial del guardarropa de una mujer».

Y es que, tanto él como sus predecesores y todos los que han seguido después de Chanel, no dejaron de incluir esta pieza „con las variantes oportunas„ en sus colecciones. Vestidos de calle, de tarde, de cóctel o noche, aparecen firmados por Nina Ricci, Schiapparelli, Balmain, Jean Dessès, por supuesto Balenciaga y tantos más. Los años 60 culminan la apoteosis de la petite robe noir. Desde la pantalla seduce Audrey Hepburn ataviada por Givenchy frente al escaparate de Tiffany. Yves Saint Laurent impone las transparencias en negro, y lo traslada al smoking femenino. Los que vienen después (Gaultier, Mugler, Montana, Miyake, Alaïa, Yamamoto) lo cultivan también y le incorporan nuevas materias: cuero, latex, malla,... Podríamos continuar encadenando nombres hasta ahora mismo. El vestido, o el traje pantalón, negro, es ya un básico de generación en generación: en la alta costura, y en el prêt-à-porter.

Las grandes estrellas lo escogen como divisa personal ante el público. En la memoria queda la imagen imborrable de Edith Piaf con el simple modelo (largo a media pierna, manga hasta la muñeca, moderado escote corazón) que invariablemente le cose Jacques Heim. O la de Juliette Greco, enteramente cubierta por su característico fourreau de crêpe negro. Y de negro presencié una espléndida actuación de Ornella Vanoni en un teatro de Roma, vestida con un elegante traje pantalón de Armani.

Atuendo modoso o prenda contestataria, el little black dress se transforma sin cesar. A lo largo del tiempo ha protagonizado varias exposiciones; una de ellas en 2001, en París. Y, a modo de homenaje, la histórica firma Guerlain titula uno de sus últimos perfumes como La petite robe noir. Una fragancia para subrayar el encanto inmarchitable de ese gran amigo de nuestro vestuario. Como ha dicho Didier Ludot, «resistente a todas las modas, ES la moda». Noventa años de vida... y los que le quedan por delante.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.