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Rajoy «no es bueno»

La ventaja de que Rajoy hubiera logrado gobernar a la primera, es que no tendríamos que escucharlo de nuevo. Mientras el PP amontona casos de corrupción, el presidente del Gobierno a perpetuidad adopta el tono cansino y pedagógico de quien solo contempla el calvario electoral como un salvoconducto, para disfrutar a continuación de otros cuatro años de hibernación en La Moncloa. No se trata de un juicio sesgado, sino de una constatación de consenso, porque los votantes del PP también preferirían que su candidato les liberara de una monserga rutinaria. Parece claro que obtendría mejores resultados si desapareciera en campaña, con todo el tiempo libre del mundo para enviar mensajes de aliento a Bárcenas.

Una vez aceptado que Rajoy vuelva a hablar durante un mes escaso, y admitiendo que sería peor escuchar al apelmazado Pedro Sánchez, cabría exigir al presidente que se apeara de su tono admonitorio. Mientras se postra genuflexo ante Bruselas, endilga a sus compatriotas todas las variables de «no es bueno», «tampoco es bueno», «ni siquiera es bueno». Recuerda a un asesor dietético más que ético, y cabría recordarle que si las urnas dilucidaran un asunto moral, tendría todas las de perder. Hay un elemento rutinario en esta elecciones que siguen a otras inexistentes, pero la reiteración se acentúa en el caso del presidente en funciones. Incapaz de generar ilusión novedosa, Rajoy se refugia en el intimidatorio «no es bueno». Mientras intenta comprimir la delincuencia desatada en su partido a unos límites de corrupción sostenible, predica la doctrina del malo conocido. Ante la dejación de funciones de la prensa madrileña, el único freno a este ejecutivo con telarañas son las redes sociales, según se demostró en la prohibición de las esteladas. El candidato que acabará con el PP no solo reclama el apoyo de los votantes a su ejercicio en plenitud del régimen de los compinches, sino que lo ha traducido en capitalismo anacrónico. Con Rajoy, todos los viajes son hacia atrás.

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