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Asistí el jueves al taller social que impartió en el Teatro Olympia el maestro Alejandro Jodorowsky, autor al que sigo desde 2002. «No hay locos, todos somos limitados» y «repetimos inconscientemente las estructuras de nuestro árbol genealógico» resume la fragancia de sus dinámicas transformadoras enfocadas a romper las barreras que atrincheran nuestro «yo creador». Murallas fantasmagóricas, pero reales, edificadas por nuestra sombra, la familia, la sociedad o sin sujeto encarnado particular.

Cuantos asistimos al acto «psicomágico» compartíamos cierta inquietud: la insatisfacción con una existencia superficial, alienada. Y en esto que, instantes después de abandonar el taller, regresa la marchita y comatosa realidad: 84 muertos en Niza tras un ataque terrorista. Los seres humanos devenimos zombis, sin distinciones: ricos y pobres, eruditos y analfabetos, musulmanes y europeos... Todos, sin matices, en tanto que hay una inexorable comunión entre unos y otros. Con todo, educamos y forjamos y retroalimentamos las diferencias: la humanidad, esa maestra en inventar fronteras, multiplicar problemas, generar enemistades y promover barbaries... Por eso duele tantísimo la muerte caprichosa y planificada, no sólo por lo terrorífico en sí, sino también porque alimenta el monstruo que habita este planeta.La toma de conciencia resulta indispensable si añoramos revitalizar este mundo horriblemente cuerdo.

Nos roban la vida, nos moldean, fabrican tópicos, prejuicios, inseguridades y fantasmas, de ahí que nos destruyan atrozmente. Una existencia sin sujeto, cosificada, en donde abunda la ausencia de libertad. Necesitamos más talleres que trabajen el yo liberador. No sé si cambiará el mundo. Ni si genios como Jodorowsky multiplicarán su energía creativa y constructiva mediante talleres psicomágicos. Sólo sé que yo no quiero tanta barbarie a mi alrededor. Porque en mi alrededor cada día se personifica y multiplica la barbarie.

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