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Lluvias de barro

El pasado jueves tuve ocasión de comprobar en Madrid los efectos de una «abundante» lluvia de barro que había dejado manchados los coches apartados en la calle de la capital. Una precipitación insignificante, apenas 0,2 litros por metro cuadrado, había depositado, sin embargo, una enorme cantidad de residuo sólido muy visible en los vehículos.

El doble efecto de una inyección de polvo sahariano en capas bajas, unida a la inestabilidad no muy acusada de la atmósfera durante la jornada del miércoles 20 de julio, originó las condiciones idóneas para este tipo de fenómeno meteorológico. Hace ya dos décadas publicamos un estudio, con los profesores Quereda Sala y Montón Chiva, del Laboratorio de Climatología Aplicada de la Universidad Jaume I de Castelló, donde se ponía de manifiesto el incremento de las lluvias de barro que se venía registrando en aquellos años en varios observatorios del litoral mediterráneo español. Con registros continuos desde los años cincuenta del pasado siglo, a finales de los años noventa la frecuencia de aparición de las lluvias de barro se había multiplicado por tres. De registrar apenas tres o cuatro episodios anuales en las décadas de los sesenta y setenta, a los más de diez eventos a finales del siglo pasado. Y lo ocurrido desde entonces hasta la actualidad, quince años después, no ha hecho sino confirmar esta tendencia.

Llueve más barro en nuestro país ahora que hace treinta años. Eso tiene relación con las expansiones más frecuentes del aire sahariano hacia nuestras latitudes. En aquel estudio se indicaba la posible dilatación de la célula subtropical de Hadley hacia latitudes medias, como causa de este aumento. Parece que esta hipótesis se va confirmando.

jorge.olcina@ua.es

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