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La rebelión de los barones

El año 2015 se celebró el 800 aniversario de la promulgación de la Carta Magna británica, un acontecimiento de gran relevancia y considerado por los historiadores como el antecedente clave, el origen de la democracia moderna. A principios del siglo XIII se produjo una rebelión de los principales territorios ingleses. Veinticinco barones derrotaron al odiado rey Juan y le obligaron a firmar el Act, en que se reconocían los derechos de los territorios y sus habitantes frente al absolutismo real.

La asamblea de los barones se convirtió en el primer parlamento europeo. Y la Carta Magna, como carta de derechos, en una pequeña Constitución, que ha inspirado a las sucesivas constituciones europeas. Desde entonces, y ante el éxito, se repiten de cuando en cuando rebeliones de los llamados barones frente al poder. Estas rebeliones alcanzan a veces cotas épicas y grandeza histórica, pero otras caen en el ridículo y ofrecen un espectáculo patético. Ya decía el filósofo: «Los hechos históricos la primera vez se escenifican como una gran tragedia, pero la segunda vez se convierten en una farsa ridícula».

Y, efectivamente, la rebelión de los barones territoriales del PSOE que se ha producido estos días, liderados por su baronesa mayor, está mucho más cerca de lo patético que de la grandeza histórica. Aunque se haga en nombre del bien de España y de la sagrada misión de no dejar morir al socialismo español que, según ellos, estaba siendo conducido al desastre por un advenedizo.

Todo empezó con un golpe palaciego para destronar a la Ejecutiva, a partir de la dimisión en bloque de la mitad de sus miembros. Y lo presentaron como una moción de censura al secretario general, que le obligaba a la dimisión. El problema está en que Sánchez fue elegido en unas primarias en que votaron todos los afiliados del PSOE, que son casi 190.000. Y lógicamente debería haber sido destituido por otras primarias con todos los afiliados del PSOE y no sólo la mitad de los miembros de la Ejecutiva. En la época feudal, los barones representaban y expresaban la voz del pueblo, llamado en aquel tiempo la plebe. En la época moderna, después de la revolución francesa, la plebe pasó a ser los ciudadanos, que detentan la soberanía y la total capacidad de decisión que perdió el soberano, es decir el rey.

No lo entiende así ni la baronesa ni su mentor, Felipe González. Ella quiere ser la reina, porque cree tener la fuerza de la mayor de las agrupaciones territoriales del PSOE. Y ante ella ha lanzado la proclama: «Es mentira que haya bandos, ni banda. Es mentira que González sea de derechas. Es mentira que queremos dividir al PSOE. Queremos unirlo. Pero queremos unirlo alrededor de una opción ganadora». Es decir, la de ella. Aunque aclara: «Yo seré cola o cabeza, donde me pongan», pero no aclara quién la tiene que poner, si los militantes del PSOE, los que pusieron a Sánchez o los poderes fácticos del partido socialista, Felipe González, Rubalcaba y Zapatero, junto a los barones. Aunque González ha aclarado desde Chile: «Aunque algunos lo crean yo todavía no me creo dios».

El hecho es que después de este enfrentamiento el PSOE queda roto en dos pedazos, que es de lo que se trataba. Los grandes poderes del país „leáse con minúscula„ decidieron hace muchos meses que el gran peligro en España lo representaba Podemos. Así lo explicó Luis de Guindos a los mercados. Y por eso había que evitar a toda costa la entrada de Podemos en el Gobierno, que produciría una grave crisis en la democracia española. El susto se les hizo insoportable cuando Sánchez dijo no a Rajoy y defendió un gobierno de izquierdas. Al mismo tiempo, cientos de personalidades de la cultura, la economía, el sindicalismo, etcétera, publicaron un manifiesto pidiendo un gobierno de coalición entre el PSOE, Ciudadanos y Podemos. El manifiesto decía: «Trece millones de ciudadanos votaron a favor de un gobierno de cambio. Mientras solo ocho votaron a favor de la continuidad de Rajoy y del Gobierno del PP».

Su gozo en un pozo: Podemos lo hizo imposible, con sus desplantes y exigencias desproporcionadas, en una rueda de prensa en que se propuso «asaltar el cielo» y solo consiguió llevarnos a muchos españoles al purgatorio. Podemos dejó de asustar a la derecha cuando Iglesias gritó: «Tenemos que provocarles miedo». El pacto con el PSOE se frustró. Podemos votó en contra y Sánchez perdió.

A partir de ese momento, una vez bloqueada la posibilidad de cambio, se lanzó la vieja consigna de Sun Tzu en su libro El arte de la guerra, del siglo VI antes de Cristo: «Si tu enemigo resiste y no lo puedes derrotar: divídelo y así lo vencerás». El «no es no» de Sánchez partió al PSOE en dos y el bloque de 13 millones de votos quedó derrotado por sus propias torpezas.

La campaña mediática ha terminado por presentar a Sánchez como un político obcecado y obsesionado por agarrarse al poder. Han presentado sus propuestas como incomprensibles y solo explicables desde una perspectiva más psiquiátrica que política. Para ser más exactos, solo explicables desde las técnicas del psicoanálisis. Así los que le atacan se preguntan: «Si ganó Rajoy, porqué no lo dejan gobernar». Y los tontos contestan: «¿Pero es que ganó?». Seguida de otra obviedad: «España necesita urgentemente un gobierno estable y fuerte, que solo es posible con la abstención del PSOE». Y los tontos vuelven a decir: «Un gobierno en minoría del PP, ¿es un gobierno estable y fuerte? Un gobierno así, ¿es capaz de hacer frente a los grandes desafíos de España?». Que son: las reformas económicas, la agenda social, la reforma fiscal, el pacto educativo, la reforma de los poderes del Estado y la reforma territorial. Es decir, todas las reformas que el PP no quiere hacer.

Estas y otras preguntas no se las hacen hoy solo los socialistas españoles. Se la hacen también, con fuertes desgarramientos internos, los socialistas europeos. La profunda crisis de Europa ha provocado también la crisis de la socialdemocracia europea. De momento, los socialistas de todo el continente no dan la respuesta, pero todos se hacen la misma pregunta: «¿Europa puede, y debe, seguir gobernándose a partir del pacto de los populares y socialistas que ha dirigido el continente en los últimos 50 años?».

La gran crisis ha deteriorado las relaciones laborales, provocado precariedad y gran desigualdad. Ha debilitado el Estado de Bienestar, ha degradado el poder político y extendido la corrupción. Y ha culminado su capacidad destructora rompiendo la unidad de Europa. Todo ello ha provocado el ascenso incontenible de los populismos xenófobos de extrema derecha. En este peligroso contexto: ¿cuál es el papel de los partidos socialistas europeos?

¿Quién ganará las decisivas elecciones de los principales países europeos en el 2017? Seguramente las ganarán los que ofrezcan una propuesta nueva de una Europa unida y solidaria, con empleo de calidad, un sólido estado de bienestar y la recuperación del liderazgo mundial en la revolución científica y tecnológica. Es decir, una propuesta que vuelva a hacer soñar a los jóvenes europeos y a los que no son tan jóvenes. Esa es la reflexión que les toca a hacer a los socialistas españoles: ¿cuál va a ser su papel en el futuro de Europa? Y, en consecuencia, su papel en el futuro de España. El debate no es táctico, es un debate de fondo de carácter estratégico. Lo que obliga a elegir entre alternativas difíciles. Es evidente que los socialistas españoles se encuentran cogidos en medio de una pinza: por un lado, una derecha que quiere utilizarlos de muletilla para seguir con sus políticas y, por otro, una izquierda emergente que no disimula su afán por sustituirlos.

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