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El pop se ha hecho muy mayor en 2016

Hay quien sitúa en este 2016 el cierre real del siglo XX o al menos de un período de transición hacia el verdadero futuro que todavía no ha empezado. Atendiendo incluso a las creencias numerológicas y esotéricas, 2017 se ventila como el inicio de una nueva era.

Se termina 2016 con una larga lista de obituarios famosos. El año ha sido particularmente devastador para la mitomanía rockera. Leonard Cohen a los 82 años, David Bowie a los 69 y Prince a los 57 han dejado este mundo para ingresar en el panteón de los ilustres músicos populares del pasado siglo. El adiós de Prince entra dentro de la esfera accidental, como tantas otras muertes en el seno del rock and roll. El abuso de las drogas, la vida intensa y rápida, han formado parte en su mismo origen del movimiento rock, una música de la embriaguez, del viaje psicodélico o el nirvana opiáceo que ha dejado tras de sí demasiados difuntos jóvenes. Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver; ya saben, la célebre frase atribuida a James Dean que no se sabe muy bien si en realidad fue pronunciada por él.

El caso de Bowie es distinto, por más que el músico londinense viviese una juventud extrema en los años glam y heroinómanos de los 70, y mucho más el de Cohen, un abusón del ácido lisérgico en la isla griega de Hydra que alcanza una edad más que provecta antes del final. Lo que Bowie y Cohen han venido a mostrar al término de sus vidas es que la música pop que revolucionó la segunda mitad del siglo XX se ha hecho muy mayor, anunciando posiblemente el final de aquella cultura juvenil que transformó el mundo para siempre. Quedan las influencias profundas y los rescoldos, pero 2016 parece que dictamina el ocaso de esa época. Es lo sustantivo del año que termina.

Pero hay quien va más allá y sitúa en este 2016 el cierre real del siglo XX o al menos de un período de transición hacia el verdadero futuro que todavía no ha empezado. Son muchos los historiadores que enmarcan la vigésima centuria que prosigue a Jesucristo entre el verano de 1914 „el comienzo de la Gran Guerra„ y finales de 1989 „la caída del Muro de Berlín. Los veintitantos años transcurridos desde entonces constituirían un momento transitorio, de incubación, sin grandes acontecimientos ni movimientos telúricos en la civilización pero con sinuosos accidentes en las capas más expuestas de la sociedad. Atendiendo incluso a las creencias numerológicas y esotéricas, 2017 se ventila como el inicio de una nueva era.

Lo relevante es que el mayor matemático de la antigüedad, Pitágoras, a quien se atribuye la fundación de la astronomía y de la música, fue también un iniciático chamán y consideraba que en el origen del universo estaban los números, la matemática, que es lo mismo que buscar y creer haber encontrado al Dios fundador del mundo. Les recomiendo por ello comenzar este desconocido 17 leyendo las Vidas de Pitágoras, un excelente libro de un joven helenista español, David Hernández de la Fuente, quien repasa las múltiples versiones biográficas de Pitágoras, una de las grandes leyendas del mundo griego, un volumen producido por la editorial Atalanta, ese lujo cultural puesto en marcha por Jacobo Siruela para darnos a conocer las tradiciones del saber colateral al racionalismo.

Ahora bien, que estemos alumbrando un nuevo tiempo no ha de significar forzosamente que vayan a suceder calamidades sin freno. Esa sensación de que cada época pasada fue mejor es típica de quien asiste a la disolución de los principios en los que fue educado, lo cual sucede cíclicamente. Los comentarios al respecto del carácter disoluto de la juventud, la pérdida de valores y la inminencia del caos social son recurrentes. Platón, por boca de Sócrates, ya se manifestaba alarmado al respecto, y tantos otros a lo largo de los siglos no importa en qué tiempo de la historia. Solo Stefan Zweig, asustado ante el desarrollo político del nazismo, tuvo razón anunciando el apocalipsis cultural, aunque adelantó su muerte, enajenado por ello, sin sospechar que la maldad no puede perpetuarse ni vencer por tiempo indefinido.

Es cierto, no obstante, que los datos actuales no inducen al optimismo. Venimos de un largo período de prosperidad inducido por la crueldad de la II Guerra Mundial „en nuestro caso de la Civil„ fantasmas que se han disuelto entre los más jóvenes, y al mismo tiempo padecemos una explosión demográfica muy descompensada „pirámides de población envejecida en Occidente y alta natalidad en el Tercer Mundo„ y la sobreexplotación de los recursos ambientales. Y es verdad, también, que la vieja democracia burguesa, estimada por fin durante varias décadas de estabilidad y reparto de beneficios sociales, ha quedado secuestrada por la televisión espectáculo y los gabinetes demoscópicos, descompuesta por la corrupción, tiranizada por las multinacionales y sin capacidad de reacción por parte de los partidos tradicionales. ¡Pues vaya panorama!

No hay que alarmarse. Vladimir Putin y Donald Trump no dejan de ser más que accidentes, aceleradores hacia el tiempo nuevo. El mundo ha encontrado el bosón de Higgs, la partícula de Dios que explica el comportamiento más básico de la materia, y ha demostrado que las predicciones de Einstein sobre el ruido de fondo son ciertas: hay ondas gravitacionales que pueden curvar el espacio/tiempo. ¡Ay va!

Y si leen al israelita Yuval Noah Harari en uno de los grandes libros de la temporada „Homo Deus: breve historia del mañana„ se estremecerán ante lo que la ciencia humana va a ser capaz de acometer en las próximas décadas cuando se alumbre al súperhombre ciborg. Si llegan a tiempo, claro, porque antes, este año 2017, habrá elecciones decisivas en Francia y en Alemania.

Les dejo con la cita que me ha regalado esta mañana el escritor Lucas Soler: «Si quieres decirle a la gente la verdad, sé divertido o te matarán», del maestro Billy Wilder. Feliz año nuevo, que se dice.

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