Mañana día 3, Román de la Calle va a recibir la Medalla de la Universitat de València, sin duda, como reconocimiento a su ingente labor en todos los ámbitos de la docencia, de la investigación y de la cultura.

En este momento festivo, quiero sacar a colación algún fragmento de entre todos sus volúmenes, por conservar de ellos una referencia constante. El primero, incluido en el libro En torno al hecho artístico (1981), publicado por Fernando Torres. Entre aquellas hojas surgían reflexiones que apuntaban a conceptos que serían luego una constante a lo largo de todo su trabajo posterior: «La aproximación interdisciplinar y la estrecha colaboración entre la crítica, la historia del arte, y la estética, son requisitos imprescindibles en el plano de la investigación sobre el hecho artístico». Era aquel, en su conjunto, un texto metodológico, estructurado de un modo absolutamente racional que se desarrollaba en capítulos. Allí irrumpía en el análisis de una particularidad: «La creatividad en la estética contemporánea», donde partiendo de la «capacidad» del sujeto, se llegaba hasta la materialización final: «El arte continúa siendo el reducto creador por excelencia, sobreviviente de aquel mortal emplazamiento hegeliano que vaticinaba su extinción, en manos del pensamiento. Sólo por eso€ el hombre le debe „aunque lo ignore u olvide con frecuencia„ más de lo que imagina, como expresión sin igual de su propio proceso de hominización».

Estaba pues, entonces, desnudando sus claves de reflexión, que luego aparecerían de forma aplicada en centenares de artículos de crítica de arte, en decenas y decenas de prólogos, de libros, y de textos acompañando exposiciones.

Inmerso, pues, en la concepción neoilustrada del conocimiento estético, sólo dos años más tarde, publicaba otro volumen clarificador: Estética y crítica (1983). Allí abordó cuestiones fundamentales en los elementos constitutivos de los juicios contemporáneos: «Siendo así que la originalidad evidentemente denota innovación y supone connotaciones de valor, tendremos en el nivel lingüístico [€] una inflación generalizada de esta clase de términos [€] y este hecho refleja y manifiesta, en última instancia, el tipo de cánones vigentes en la sensibilidad actual». Todo pues, un alegato teórico durante unos años en los que la teoría de la Vanguardia todavía permanecía establecida (utilizando una acertada apreciación analítica al emplear precozmente el término «inflación generalizada») en los primeros momentos de la irrupción del pensamiento post-moderno, cuando se produce el primer revisionismo de los valores asentados.

De entre los 46 volúmenes escritos por él como autor único quiero resaltar, al menos, dos más. El primer de ellos, Lineamientos de Estética (1985), con una edición sumamente sencilla y utilitaria, dedicado a los fundamentos básicos del conocimiento en ese ámbito disciplinar: «En cierta manera esta tarea€ se nos antoja casi como algo semejante al hecho de querer definir parte de nuestra propia existencia, ya que tanto la experiencia estética como la reflexión que comporta son fenómenos radicalmente humanos, profundos, gracias a cuyo cultivo se desarrolla asimismo de algún modo la misma personalidad del sujeto».

He de confesar que Lineamientos de Estética se convirtió para mí, e imagino que también para otras personas del entorno intelectual, en un libro de cabecera, que he releído innumerables veces. Pero aquellas palabras iniciales eran ya todo un testimonio del humanismo racionalista y didáctico que ha presidido a lo largo de sucesivas décadas, su trabajo. Fue aquél un texto básico, que me sirvió como báculo para adentrarme en ese mundo complejo que reflexiona, entre otras cosas, acerca de lo que entendemos por las categorías estéticas que son barandillas de nuestro lenguaje, de nuestros gustos y de nuestros valores: «lo bello», «lo sublime», «lo trágico», «lo kitsch»; o «la fealdad», «el humor» o «la ironía».

Dando un salto cronológico, apareció otro libro suyo, de reducido formato, pero sumamente interesante. Se trata de John Dewey; experiencia estética y experiencia crítica (2001). Como es bien conocido, Dewey fue uno de los pensadores norteamericanos más importantes de la primera mitad del siglo XX, firme partidario de la formación del individuo, apostando que a través de su preparación y de su experiencia podía alcanzar una ciudadanía con capacidad de intervenir. Un ensayo en el que Román de la Calle resaltaba sus coincidencias, insistiendo en el carácter positivo de la función crítica elaborada en favor de la aportación de juicios a disposición de la libertad individual.

Todos sabemos que como catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universitat de València, ha publicado decenas y decenas de artículos especializados y dirigido más de noventa tesis doctorales, entre las que tengo el honor de que incluyera la mía. Elegido académico de número de San Carlos en 1998, desde 2007 hasta 2015 fue, por unanimidad, presidente de la institución. Comprenderán que suceder a una personalidad así es un honor inimaginable y un reto que hace ponerse a temblar. ¡Enhorabuena, maestro y afectuoso amigo!