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Burricie

Cuando yo era un niño, allá por el pleistoceno, recuerdo que el lenguaje en televisión era importantísimo, al menos en los presentadores de telediarios. Era inconcebible pensar que desde el púlpito de los informativos nacionales se hablara incorrectamente. Hoy en día, cuando alguien habla correctamente y con un lenguaje algo elaborado -y no digamos si es sofisticado- se lo mira con suspicacia, como pensando: «¿De qué va este, de listo? ¿Me quiere humillar?».

Desde hace años lo que se lleva, en la tele y en muchos otros sitios, es la burricie, pero en la tele más, mucho más. Desde aquel famosísimo «Si me queréis, irse» de la faraona Lola Flores, hasta los asesinatos al diccionario de Belén Esteban, la «princesa del pueblo». Por cierto, ¿quién le puso ese apodo? Porque yo me considero pueblo, pero si «eso» es mi princesa, me proclamo republicano. Y ojo, que no estoy comparando a la Flores con la Esteban. Doña Lola era una artista como la copa de un pino y la otra? Pues eso.

Desde hace tiempo me molesta oír en televisión un error lingüístico del que abusan los políticos: el desdoblamiento en «ciudadanos y ciudadanas», «compañeros y compañeras», etc., cuyo punto culminante fue el «miembros y miembras» que soltó Bibiana Aído con gran desparpajo. A este paso acabaremos diciendo «vasos y vasas», «carreteras y carreteros», etc.

A ver, según la RAE, y hasta que no se decida lo contrario, «en los sustantivos, el genérico del masculino designa a todos los individuos de la especie», salvo casos muy puntuales en los que la oposición de sexos sea relevante.

Pero como aquí nos la cogemos con papel de fumar, preferimos ser políticamente correctos (supuestamente), que lingüísticamente correctos.

Mientras tanto, los padres de la patria desprecian en el bachillerato asignaturas como Filosofía, Literatura Universal o Música, relegándolas en los programas educativos o directamente haciéndolas desaparecer. En este mundo globalizado, nuestros políticos desprecian la cultura (yo creo que la odian). Pero no os equivoquéis, no lo hacen por error, cuanto más incultos, más dóciles. Por eso llevo a mis hijos a museos y al teatro y les compro libros. Hoy en día la verdadera revolución es la cultura.

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