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Cómo empezar bien

Cuando los lectores lean esta columna -gracias por su fidelidad desinteresada como la mía, hoy como ven estrenamos encapçalament de secció- yo estaré muy lejos. Todos habremos empezado el año aquí o allá, con planes nuevos. Yo adelanté todas las celebraciones, por razones diversas. Primera y principal, acabé una novela y un libro de narraciones y volví sobre mis pasos, cogí una novela que me inspiró con sus confesiones de desamores Rafa Marí y después de cinco años de galeras y 777 páginas la culminé, y por descontado, me tomé cava de Cordoniu con amigos. Eso era suficiente, pero yo voy siempre a por más. Como me dijo Juan Antonio Navarro, «sols em conforme amb la sort més grossa». A por ella voy, pero en Praga.

A continuación, tras mucho lío de fechas, celebré el cumpleaños de mi ahijada Alejandra Piera (tengo un ahijado en Cuba, Dany Cambell, a quien cristianizó el cardenal en La Habana y el testigo y urdidor fue el sobrino de Emilio Attard, a la sazón secretario de la legación allá). Mi otro ahijado del alma, concebido en las islas de Lípari, es arquitecto internacional, Kevin Penalba. Es alto y rubio y guaperas. Su madre, Caragh Halpin, siempre me lo recuerda desde que nació. Y la verdad ella y Eugenio me hicieron miles de favores en Dénia, València, Irlanda, Italia? Ella me regaló un André Breton traducido por Beckett y los poemas ilustrados de William Blake, que son un faro para mí.

Por eso lo de «And I wrote my happy poems». Y las ocho canciones que he compuesto para un músico y cantante de Senegal que cantó el jueves 21 de diciembre en Rock Island. Cuando las estrenemos haré un coctel. Dos o tres tienen música mía. Entre swing y blues.

Lo del golden boy o blonde bestie me viene de Blake y de Thomas Mann. Pero no responden a esa imagen efímera ni César Mateu ni Erich Montesinos, ni siquiera Erik Millik, del cual publiqué varios poemas en Senyals de Vida (1981). Caiga quien caiga. Y el otro día, a las 7 am, estaba yo dedicando un ejemplar encontrado, corregido y personalizado a Sergio López, malagueño, que es un cruce entre Miki Litri y Antonio Banderas, cuando tenía 20 años; el otro cuando tenía 18 años me escribía, lo poco que sabe, éste es doctor en Química. Y ha acudido a un congreso. De física, sobresaliente, pero no hace gimnasia. Ni le hace falta. «Yo he estudiado toda mi vida». Y yo estudio más ahora, por libre.

Ya van descubriendo, mes semblables (eso es de Charles Baudelaire, qué le voy a hacer si nací baudelariano y mallarmeano, lo dijo Joan de Sagarra en 1974) por qué tengo tanto ritmo sandunguero de año nuevo, nuevo de arriba abajo. Que rabien los feos. Sí, iré a Yegen, a Alhaurin, a Huercal-Overa, a Alhaurin el Verde, lo juro. Es mi propósito, con o sin nieve.

Y no olvido a Amadeu Fabregat, que me machaca con Wagner y Shopenhauer para mi mal de tête, pero que lee mucho y con provecho, menos poesía de sus amigos (yo). Va a sacar la segunda edición corregida de Falles folles fetes foc. Ahí salen él, Eugeni Penalba, Anna Sánchez, Arnau Socias Marqués, un servidor y la delicà de Gandia.

Nos sometió al tercer grado una noche de fallas y nos quemó como a ninots entre mucho sinónimo. Le pierden los sinónimos al de Torreblanca (mon amour, por Jiri Mathous, que es con quien estoy ahora mismo, y vale la pena, es el mejor amigo de Milan Kundera desde 1969). Rabiad malditos, rabiad. Eso es fidelidad mutua.

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