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¿Fue penalti?

Hartos de las disputas soberanistas, de la multitud de casos de corrupción, los másteres fraudulentos y de una recuperación económica que nunca nos devolverá a la orgía financiera anterior a Leman Brothers, los ciudadanos patrios, también conocidos como españoles y españolas, han decidido, sobre todo los primeros, volver a sus clásicos: los debates futbolísticos. Se lo debemos a la Champions, adonde los valencianistas volveremos el año próximo.

Empezó el martes. El Manchester City de Pep Guardiola metió su segundo gol frente al Liverpool al borde del medio tiempo, lo cual se antojaba fundamental para el biorritmo del partido poniendo a tiro la remontada de los skyblues. El árbitro, el valenciano Mateu Lahoz, de Algímia, lo anula por fuera de juego. Al poco llega el descanso y los jugadores del City arrollan a Mateu -es apellido-, pero Guardiola sale como una bala de su zona y manda a sus futbolistas al vestuario al tiempo que le da la espalda al árbitro y se va girando hacia él, hablándole a gritos estentóreos y con movimientos airados que denotan un cabreo "malayo". La crónica de este periódico confirma que Guardiola grita una jerga con expresiones en catalán, castellano e inglés. Mateu Lahoz pone cara de pasmado pero reacciona: se encara con los asistentes del entrenador y les dice, en perfecto valenciano que se escucha con claridad en la tele: "Pep està expulsat".

¿Qué lance del juego había desencadenado esta tormenta que, incluso, fue aprovechada por Guardiola para lanzar un venablo zahiriente contra España? Pues que, en efecto, el jugador del Manchester que metió el gol estaba en fuera de juego pero la pelota venía de un contrario, y el reglamento dice que si esto es así no hay fuera de juego, distinguiendo, sin embargo, que si el contrario golpea el balón involuntariamente, entonces el fuera de juego permanece. Se supone que el árbitro consideró involuntario el pase del jugador del Liverpool al delantero del Manchester, y Guardiola no. Las televisiones recrean la jugada una y otra vez, y el jugador del Liverpool golpea el balón en dirección a su rival pero su pierna se flexiona ligeramente en un gesto que puede interpretarse como voluntario€ ¿O no?

El reglamento en este punto se muestra incompleto y mal definido conceptualmente. No hace falta ponerse metafísico para comprender las fronteras borrosas en la voluntariedad de los movimientos físicos de las personas. De hecho, los neurólogos nos advierten de los comportamientos casi automáticos de nuestro cuerpo cuando siente una amenaza, por no hablar de los tics nerviosos que todos padecemos. Así pues, sacar conclusiones sobre la voluntad de los movimientos de un jugador de fútbol en estado de tensión máxima mientras juega un partido decisivo, resulta muy chocante. Y, desde luego, no hay VAR que lo pueda dilucidar. (El VAR, con esa fonética tan española, es el video assistant referee que ya se utiliza en algunas competiciones).

Un día después la tangana fue todavía mayor. El Real Madrid consiguió eliminar a la Juventus de Turín -el equipo más odiado de Italia-, gracias a un penalti en la prórroga del partido. Es una jugada rápida, que hemos podido ver millones de veces y desde docenas de ángulos. A dos metros de la portería el jugador del Madrid para el balón con el pecho y en ese mismo instante un italiano le entra por detrás con un pie levantado: no toca el balón y contacta con el madridista, no hay duda. Pero el delantero blanco cae de un modo que parece demasiado exagerado. Los madridistas concluyen con una objetividad radical: si hay contacto, hay penalti, y nada más que hablar. Los italianos proponen una lectura más idealista del lance: no niegan el contacto pero subrayan la teatralidad de la caída y apelan a la circunstancia del partido -en la prórroga- y a la gravedad del castigo -decide una semifinal europea-. La ira contra el supuesto favoritismo del que se nutre el Real Madrid se desata en multitud de foros. Hasta Giovanni Agnelli, propietario de la Juventus y de la Fiat, lo lamenta en público.

Cabe recordar en este punto que en los últimos años suele ser la jugada del penalti la que mayores controversias crea en el fútbol. Y ello por la razón obvia de ser una penalización muy dura. De hecho, hace algún tiempo las faltas menores o dudosas dentro del área se podían castigar con tiros indirectos y barrera, sanción más light que los encargados del reglamento internacional decidieron suprimir para evitar polémicas, precisamente, y acotar la interpretación del árbitro. Pero, del mismo modo, desde la temporada pasada ya no se castiga con penalti y además tarjeta roja directa al infractor como durante muchos años estuvo reglamentado. Ese doble castigo se ha considerado excesivo y ahora se salda el penalti con una tarjeta amarilla -más tenue que la roja- e incluso, a veces, si es involuntario, sin tarjeta alguna.

Tenemos, pues, un problema de comprensión de la voluntad -caso del Manchester City- y otro de falta de matices para las faltas dentro del área -el penalti poco clamoroso del Real Madrid-. En términos filosóficos, el reglamento del fútbol se muestra poco definido, apenas matizado, su ordenamiento y métodos -lo que los doctos llaman epistemología- dejan bastante que desear a pesar de los medios de que disponen.

Ahora trasladen esa misma cuestión al código penal español que ha sido puesto en jaque por el soberanismo catalán y la justicia de algunos países europeos. A pesar de que contamos con el mayor número de legisladores per cápita del continente, también nos faltan los matices y no se ha desarrollado lo suficiente una jurisprudencia que los resuelva. La definición de los delitos de rebelión, violencia, sedición, terrorismo, disturbios, desorden público€ se difumina en exceso en el código penal español, y desde luego no muestra equivalencias claras con las otras legislaciones europeas, donde cada país va a lo suyo. Así pues, tanto en el fútbol como en las leyes políticas andamos con una deficiencia epistemológica que nos sitúa, constantemente, al borde del ataque de nervios y la discusión en el bar. Todo muy español, aunque eso sí, en el marco europeo.

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