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Reflexiones de 'El Bigotes'

Tras ser condenado a doce años y tres meses de prisión por el Tribunal Supremo, en uno de los muchos juicios en que está encausado, Álvaro Pérez, más conocido como «El Bigotes», hizo una amarga reflexión: «Hoy la verdad ha palmado, ha muerto. Si los otros presos me preguntan a cuánta gente he matado, les contestaré que no he matado ni he secuestrado. Se ríen de mí muchos de ellos. A unos les han caído seis años, a otros siete u ocho... y a mi trece. No volveré a colaborar con la Justicia». Es un debate muy corriente entre los condenados por diversos delitos hacer comparaciones sobre la inconsecuencia de una retribución penal aparentemente desproporcionada.

La argumentación parte de la base de que el crimen más aborrecible, y por tanto merecedor de la pena más gravosa, es la muerte deliberada de otro ser humano. Y de ahí para abajo. Por eso mismo entre la población reclusa (y también entre la opinión pública) no se entiende cómo la suma de otros delitos que solo requieren engaño o simple incumplimiento de leyes y reglamentos puede llegar a sumar más años de cárcel en virtud de una matemática penal que a la mayoría le suena a álgebra. Y no parecen merecer más castigo dos o tres delitos de los llamados de cuello blanco que un apuñalamiento con resultado de muerte. «El Bigotes» es un hombre de más que mediana edad y la perspectiva de pasar muchos años en la cárcel todavía le hace más amarga la reflexión. En algún momento de su vida pasada debió de pensar que después de unos años montando la tramoya de espectáculos menores había encontrado la felicidad organizando los mítines y hasta las fiestas familiares de los dirigentes del PP. Y tanta confianza se ganó con ello, que luego le encargaron tareas de financiación encubierta, cobro de comisiones y dobles contabilidades, que es lo que acabó sentándolo en un banquillo.

Pero, antes de eso, era una notabilidad. En la boda de la hija de Aznar con Alejandro Agag, en El Escorial, un evento (como se decía entonces) al que asistieron los Reyes de España, jefes de gobierno de Gran Bretaña, Italia y Portugal y lo más destacado de la buena sociedad, también estuvo Álvaro Pérez luciendo su famoso mostacho. Y, como puede verse en añejas imágenes de prensa y televisión, allí tuvo una misión delicada.

Hacer pareja con Fraga para llevarlo del ganchete a la iglesia, dadas las dificultades del fundador del PP para caminar a causa de su lesión de cadera. Las fotos de «El Bigotes» carretando al León de Vilalba, y de su socio Francisco Correa (testigo del novio) con el pelo del cogote recogido en caracolillos y los faldones del chaqué en cadencioso balanceo, bien pudieran ser la estampa de una época que se caracterizó por la desmesura. Y un retrato que merecería el pincel de Goya y la pluma más ácida de Valle-Inclán. Oscar Wilde, cuando estuvo preso en la cárcel de Reading, escribió una carta a un íntimo amigo en la que expresaba que los prisioneros medían el tiempo «por las punzadas del dolor y el recuerdo de los momentos de amargura. No tenemos otra cosa en que pensar». Le quedan años al «Bigotes» de hacer lo mismo.

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