La portada que alguna prensa deportiva dedicó esta semana a Carolina Marín tras haberse convertido en la deportista que más Mundiales de Bádminton ha ganado en la historia al conseguir su tercer título, es algo digno de consideración por no ser lo habitual. De hecho Marca y As no tuvieron reparo de presentarla en portada al formar parte ya de las leyendas del Olimpo deportivo. Sin embargo, en este verano de 2018, los éxitos de las deportistas españolas se extienden a otros deportes donde también han triunfado, como el hockey, el waterpolo, la natación sincronizada y el fútbol. Aún así el deporte femenino, salvo excepciones, recibe un tratamiento mediático menor al deporte masculino y estaría bien que esta tendencia se revirtiera y se considerada todo cuánto aportan las mujeres al deporte, que es mucho pues se da el caso de que ellas, entre los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 y los de Río en 2016, han sumado más medallas que ellos.

Al respecto los medios de comunicación han sido cruciales para tomar conciencia y dar visibilidad del sexismo en el deporte pero aún perviven inercias de género que deben ser criticadas y rechazadas. A modo de ejemplo baste recordar lo sucedido en las Olimpiadas de Río de 2016 que, aunque pasadas y algo lejanas, dejaron buena muestra de las prácticas sesgadas con las que se tiende a informar sobre los éxitos de las deportistas. Fue muy sonado que algunos periodistas narraran los logros de las atletas comparándolos con los de un hombre, etiquetándolas de «esposa de» o bien refiriéndose con descaro a su físico. De aquellas competiciones recuerdo sobre todo a la campeona estadounidense Simone Biles que parecía que volaba sobre las barras asimétricas. Destacó con su doble mortal en plancha y consiguió varias medallas de oro. Sin embargo al periodista de la NBC, que contaba en directo su éxito, se le ocurrió decir que incluso sería capaz de alcanzar más altura que algunos hombres como si el público no pudiera apreciar el esfuerzo realizado por ella misma y necesitara de tal comparación. Con sus proezas acrobáticas se llevó cuatro oros y un bronce en gimnasia artística y también demostró tener una gran personalidad porque cuando un periodista le preguntó si era el nuevo Usain Bolt o el nuevo Michel Phels, comparándola con el mejor velocista de todos los tiempos o con el mayor medallista de la historia olímpica, dijo de forma tajante: «Soy la primera Simone Biles». En esas mismas olimpiadas también hubo un caso en el que a una deportista olímpica se la redujo a la categoría de «esposa de». El periódico The Chicago Tribune dió la noticia de la siguiente forma: «La mujer de uno de los defensas de los Bears ha ganado hoy una medalla de bronce en los Juegos de Río». Se trataba de Corey Gogdell y de este modo se daba a entender abiertamente que el hecho de estar casada con un futbolista era más importante que ser una de las mejores tiradoras del mundo.

Miremos por donde miremos no es una cuestión menor cómo ha tratado la prensa a las mujeres deportistas. Pero aún así muchos piensan que se exagera cuando, en realidad, disculpar esas formas explícitas de minimizar a las atletas, es un claro exponente de que la discriminación de género en el deporte precisa de un cambio de mentalidad y de perspectiva. Hasta ahora tales comentarios sexistas habían pasado desapercibidos por ser microviolencias que no llegaban al nivel de lo evidente puesto que la socialización de género que recibimos hace que se tienda a destacar en las mujeres su condición de ser «esposa, novia, hermana o madre de» y se deje de lado su propio reconocimiento profesional. Ahora bien considero que, aún quedando mucho por hacer, fue un avance que esos micromachismos saltaran a la palestra y provocaran controversia dentro de la misma profesión periodística. Fueron en su mayoría mujeres periodistas las que pusieron, como se dice, el dedo en la llaga, las que señalaron la inconveniencia o desacierto de esos comentarios sexistas y las que al hacerlo dieron difusión a la cuestión del sexismo dentro de su propia profesión.

Aunque, para ser exacta, también en aquellas olimpiadas hubo un deportista olímpico que denunció el sexismo del periodismo deportivo. Fue Andy Murray que ganó la medalla de oro en la final individual masculina de tenis y que le dio un buen corte a un periodista de la BBC que le felicitó por ser «la primera persona en ganar dos oros olímpicos en tenis», éste le corrigió enseguida y frunciendo el ceño recalcó que ya las hermanas Williams, Venus y Serena, tenían cuatro medallas de oro en su haber. Es más, Venus consiguió en esas mismas olimpiadas su quinta medalla, esta vez de plata. No cabe duda que el gesto de Murray fue en defensa de las mujeres y en especial del tenis femenino y además le recordó al periodista que las mujeres también son personas. Su respuesta fue suficiente para demostrar que la implicación de los hombres en la lucha por el feminismo y la igualdad es importante. Y, aún más, poco después declaró que cobraría lo mismo que las tenistas como queja a que ellas reciben menos ganancias que los varones. De este modo no se limitó a denunciar el sexismo sino que pasó a la acción y es que las convicciones feministas de Andy Murray no pueden entenderse sin la figura de su madre Judy, que es toda un eminencia en el tenis británico. Una prueba más de cómo la sensibilidad de género es fruto de una educación no sexista que comienza en la familia.

Volviendo a la prensa deportiva, es evidente que la información se trata de forma distinta si se refiere a un hombre o a una mujer. Y esto es lo que ocurrió en los Juegos Olímpicos de Río donde las palabras más usadas fueron «edad» o «soltera» para las mujeres y «rápido» o «fuerte» para los hombres. La alusión al físico de las mujeres atletas fue una constante y los comentarios sobre el cuerpo y el peso de algunas deportistas fueron dirigidos a recalcar si cumplían o no, como mujeres, los estereotipos de objetos sexuales. Quizás el caso más sonado de discriminación de género fue el que le costó el puesto al director del periódico italiano el Quotidiano Sportivo, que al referirse al grupo de tiradoras italianas publicó un titular que decía: «El trío de las gorditas roza el milagro». Algo inaceptable y que no era relevante para la información periodística que se daba. Estos casos evidenciaron lo mucho que aún quedaba por hacer para que se reconocieran por igual los méritos deportivos de las mujeres. Pero lo más determinante, a mi entender, no es es sólo la impertinencia con la que se redacta la noticia, sino el hecho de borrarla y no anunciarla. Otra tendencia, por lo demás, muy común en la historia de la cultura, del arte, de la música, de la literatura, de la ciencia y del deporte, campos donde el imaginario colectivo ha estado construido en masculino. Hace falta que la prensa incida y presente en primera página las hazañas deportistas de la atletas mujeres no sólo por justo reconocimiento sino sobre todo para que las niñas tengan otros modelos a seguir y no quieran ser Pau Gasol sino Amaya Valdemoro o Rafa Nadal sino Garbiñe Muguruza.

Desde luego sería ingenuo pensar que la batalla por la igualdad en el deporte se libra únicamente en los medios de comunicación y que se descuidara la educación cuando el sexismo deportivo comienza antes que nada en los patios escolares. En un reciente estudio Sandra Molins ha demostrado que son los niños los que, durante el recreo, ocupan la parte central del patio jugando al fútbol mientras que las niñas quedan relegadas a la periferia y muy pocas son las que practican algún deporte. Esa manera de vivir ese espacio y ese tiempo de descanso entre las clases, perpetua la sumisión y exige una llamada de atención para incorporar la perspectiva de género a nivel docente. Al menos ya en Castellón nueve colegios han tomado medidas con el fin de disminuir el sexismo en los patios escolares. La coeducación exige pues tomar también conciencia de la diferente ocupación por ambos sexos en las pistas deportivas, en especial en las del fútbol. Se deben considerar otros intereses y otras preferencias deportivas y hacerlas partícipes a las niñas. En este sentido llevar la igualdad a los patios escolares es una cuestión de urbanismo de género que atañe a las infraestructuras, a la formación del profesorado y a las directrices que los equipos directivos de centro reciban de la Administración educativa. Y esto es así porque en este campo, y nunca mejor dicho, también se juega el «despertar feminista».