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Los asuntos personales "están sobrevalorados"

Ximo Puig no es el primer president de la Generalitat al que le atina la flecha de Cupido y vive un intenso idilio amoroso mientras reside en el Palau gótico de la calle Caballeros. Contra la tradición literaria que incluiría fantasmas entre las cámaras palaciegas, relatos de suspense o una posible comedia negra a lo Oscar Wilde, la residencia gubernamental valenciana produce historias románticas. Es un alivio dado que el amor no es una cursilada sino el motor esencial de la vida de las personas desde que en su vertiente más pasional surgiera tal como lo conocemos en la corte de Borgoña, en tiempos en que los caballeros dejaron solas a sus doncellas para partir hacia la guerra santa de las Cruzadas.

Que el presidente Puig se había enamorado de la consellera de justicia, Gabriela Bravo, era un secreto a voces desde hace algunos meses, pero nuestra moral, la de la sociedad valenciana en general, es muy permisiva en estos asuntos. Nada que ver con los anglosajones, dispuestos a hacer abdicar a un monarca o a poner en marcha un impeachment presidencial en cuanto asoma el pecado por la bragueta. Somos muy liberales en un sentido amplio que incluye, desde luego, los menesteres carnales, en los que ni siquiera la Iglesia más meridional ha insistido en demasía.

El romántico idilio entre el presidente y su consellera no ha terminado como en las películas, sino que dado sus efectos prácticos sobre la acción política a la que se dedican ambos, ha generado de inmediato un turbulento episodio de consecuencias imprevisibles. Nos referimos al violento comentario ­­publicado en sus cuentas de redes sociales por la vicepresidenta Mónica Oltra contra la iniciativa de la consellera Bravo, quien anunciaba la creación de una comisaria específica dedicada a la violencia de género en el edificio de la Ciudad de la Justicia. Dado que Oltra es la competente en la materia pero Bravo lo es de los policías y del edificio, estábamos ante un típico conflicto de atribuciones.

Lo lógico, en un clima normal de colaboración entre socios políticos y miembros de un mismo Gobierno, es que la disputa de la comisaría se hubiera resuelto en los despachos, pero la vicepresidenta de Compromís prefirió la carga perlocucionaria de su comentario, hiriendo los sentimientos de Gabriela Bravo al afear su actitud política, pero lo hacía a sabiendas de que la consellera vivía un romance con su superior, lo que añade un plus de enconamiento personal y hasta de resentimiento. La vicepresidenta Oltra, consellera a su vez de Igualdad, política tronante del nuevo feminismo, lideresa de la causa contra la violencia machista, utilizó las nuevas armas de las social media para mamporrear a una política enamorada.

No crea el lector que reflexiono sobre la cuestión por afán psicoanalítico alguno; viene a colación por las consecuencias que pueda tener el episodio para el futuro político de la Comunitat Valenciana. Este enfrentamiento, finalmente resuelto con un falso acuerdo de baja intensidad, ha sido el más grave de cuantos ha vivido la coalición gubernamental entre el PSPV y Compromís, precisamente por el componente personal del mismo.

Que las relaciones de Oltra, e incluso del alcalde Joan Ribó, con los socialistas valencianos son malas es también un secreto a voces. Tanto Oltra como Puig manifiestan sin rubor ante sus íntimos que no soportarán una legislatura más en sus roles políticos actuales. El president, en cambio, se siente a gusto con Enric Morera o con Vicent Marzà, también miembros de Compromís pero de la rama procedente del Bloc Nacionalista. Oltra y los nacionalistas tampoco se llevan demasiado bien, tan solo se soportan.

Con todo, y más allá de las disputas egocéntricas, la cuestión fundamental tanto para Ximo Puig como para Mónica Oltra, casi seguros cabezas de cartel de sus respectivas formaciones en las próximas elecciones valencianas, consiste en tratar de conseguir vencer al otro en el número de votos, pues solo esa victoria sobre el aliado presupone la consecución del liderazgo en el Gobierno, la presidencia. Ese es el objetivo prioritario. La pugna, obviamente, estaba servida de antemano y desde hace muchos meses.

Recordemos que hace algo menos de cuatro años los socialistas aventajaron a Compromís en unos 50.000 votos, apenas un 2 %: algo más de medio millón de papeletas para el PSPV y unas 450.000 para Mónica Oltra y sus coaligados. De entonces acá, el president Puig ha llevado a cabo una eficaz tarea de moderación y modulación política que ha dado tranquilidad a segmentos electorales situados incluso en posiciones más centradas, y ha de sumar además los efectos positivos de arrastre de la osadía gubernativa de su líder nacional Pedro Sánchez.

Para Mónica Oltra, en cambio, su relato más radical y combativo la ciñe al flanco izquierdo y a los votantes más juveniles, mientras que los equilibrios que ella pretende entre sus amigos de Podemos y sus socios del Bloc han sido cada vez más funambulistas.

Pero en política, como en el fútbol, no conviene sobrevalorar los asuntos personales -lo dice Michael Caine en La juventud de Sorrentino- dado que al final siempre predomina el interés profesional, en este caso el mantenimiento del poder, pues solo desde el poder se toman decisiones y se gestionan presupuestos, se hace política activa en suma y no teatro parlamentario. Lo cierto es que el nuevo curso ha comenzado con un otoño lluvioso.

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