El pasado 23 de septiembre fue el día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños. Antes, el 22, el día Mundial Sin Automóvil. Colegios, ayuntamientos e instituciones públicas animaron a dejar nuestro vehículo en casa, incluso ofreciendo servicio gratuito de metro y autobuses. El mensaje de las campañas publicitarias pretendía concienciar a la ciudadanía sobre la pertinencia de usar el trasporte público. En los colegios, siguiendo la tónica, dibujos y concursos varios. Nada se dijo, desde luego, sobre la compraventa de mujeres, niñas y niños explotados sexualmente. Uno piensa si esto de vender y prostituir cuerpos es asunto menor, quizá porque contamine menos, ¿o será por la confortable «invisibilidad» de un tipo de explotación permitido y naturalizado en la sociedad capitalista? El patriarcado del consentimiento ejerce una violencia etérea, de tal modo que pasa desapercibida al común de los mortales: si hay leyes igualitarias -se dice- la desigualdad recae en la propia mujer, única responsable de su situación discriminatoria. Un discurso neoliberal que entronca perfectamente con la prostitución: las mujeres prostitutas ejercen «libremente» (sic) su «profesión» (sic). ¿Qué problema, pues? Ninguna acción positiva en las aulas contra la explotación sexual. Muchos siguen sin enterarse de que la mujer es la clase social y económica más explotada (Lidia Falcón).

El día Internacional contra la Explotación Sexual debería abordarse en colegios, institutos y toda institución pública. Poniendo el acento, además, en el hombre, quien debe ser perseguido ya sea como proxeneta o putero. Pienso que este silencio cómplice y cobarde de tantos hombres posibilita y normaliza la prostitución, considerada - erróneamente- «el oficio más antiguo del mundo». La juventud masculina sigue pagando por sexo aunque esto suponga violar, maltratar y vejar el cuerpo de las mujeres. Quien consume prostitución es un violador. Algo que no todos tienen claro, posiblemente como consecuencia de la educación neoliberal capitalista patriarcal. Los chicos son educados con mensajes distintos de las chicas: «compra cuerpos». La pornografía -producto dirigido exclusivamente al público masculino- se encarga de moldear a los chicos mediante mensajes sexistas, quienes ya desde 1º ESO la consumen incesantemente. Luego, poco después, consumirán prostitución. Eso sí, de tapadillo puesto que nuestra cultura educativa cristiana permite los pecados en la esfera privada. El mensaje es claro: consume prostitución sin que se note. Todo con naturalidad, sin duda.

¿Y qué postura toman las instituciones públicas que nos representan? La explotación sexual existe pero mejor dejarla en los márgenes sociales, éticos, legales y políticos. Hay una hipocresía moral institucional insoportable: ¿Qué piensan nuestros alcaldes y alcaldesas? ¿Y los gobiernos en general? Considero necesario -y urgente- que pueblos y ciudades muestren públicamente su firme y total rechazo a la prostitución. Hay que mojarse por la abolición de la prostitución. Que cada localidad señale en la rotonda de entrada a su pueblo, en el balcón del ayuntamiento, que la suya es una ciudad abolicionista. La ciudadanía sabrá así quién defiende o no la explotación sexual. Y descubrirá si el suyo es un pueblo putero o no. Permítasenos entonces que las y los abolicionistas indiquemos con notables señales y pancartas mensajes como este: «Bienvenidos a un pueblo putero», «Aquí se permite la explotación sexual». Me gustaría saber, por ejemplo, qué postura tomará València, Cullera, Sueca€ ¿O seguirán instaurados sus mandatarios en la ignominia? Que se posicionen -y pronto- esos pueblos puteros.