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Septiembre esperó

Me había comprado Septiembre puede esperar, de Susana Fortes, y como podía esperar, me la leí a principios de noviembre. Dicen que en una película sale un tren y mejora al instante, aunque sea el tren del malo o de la bruja, como en esa pieza de terror cósmico que es El tren del infierno, con John Voight y guión de Akira Kurosawa (que vi, estremecido, con Loreto y Toni).

De igual modo a una historia de amor le pones el marco del Londres derruido por las bombas volantes alemanas y si tienes el talento de Fortes, al instante te ves trotando sobre montañas de cascotes, rodeado de uniformados y carritos de bebé rotos; enfermeras, heridos y amputados; ambulancias de campanita y letreros patrióticos que en plena devastación, proclaman: Bussines as usual (el negocio continúa).

No voy a contarles el argumento, sería de mala educación, sólo recomendarles una novela grata y bien escrita. Observo una tendencia en la literatura hecha por mujeres a atacar la tarea como un entretenimiento de alto nivel y no como otra tentativa de plantar un hito en la historia de la literatura, intentos que, por lo común, sólo son saludados en los suplementos de literatura donde los perdigueros detectan media docena de obras «imprescindibles» cada semana, ya tiene mérito.

Como la autora es cinéfila, como un servidor, aquí se encontrarán con montajes en paralelo llenos de inteligencia y sutileza y algún relámpago de luz panteísta en la descripción del paisaje. Yo también tuve un gato con nombre y apellido: Herminio de Carcavelos. No sé en otras novelas, pero en ésta Fortes se muestra muy astuta en la dosificación de los datos, especialmente de aquellos que tiene que incluir para el público menos instruido, y una considerable facilidad para pasar del tono impersonal a la evocación más pegada al pellejo de la narradora (en primera persona). Evocadora, sí: del Londres de Alan Turing (martirizado por mariquita) y los espías alemanes (que eran los que hablaban mejor inglés) y de la Galicia de Los teleñecos.

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