Una vez más, la sociedad española se estremece con el asesinato de una mujer, seguramente tras una violación. Cualquier reflexión sobre este hecho sólo puede comenzar de una manera: condenando y llorando. No hay espacio en una sociedad libre para cualquier persona que no lo haga de esta manera, y todos deberíamos estar dispuestos a salir a la calle contra el machismo y la violencia hacia las mujeres. Yo lo estoy. Y precisamente por eso creo que deben hacerse algunas reflexiones fundamentales.

Es comprensible que la reacción de muchas mujeres a estos crímenes sea la desconfianza hacia los hombres. Al fin y al cabo, son siempre hombres los que los cometen. Cierto sector feminista va más lejos, hasta identificar a todos los hombres como potenciales agresores. Un ejemplo es Leticia Dolera quien, en su reciente libro Morder la manzana, narra y denuncia múltiples situaciones reales de machismo por las que ella y amigas suyas han pasado. En uno de sus capítulos, denomina «masculinidad hegemónica» a un conjunto de valores que incluyen la dominación, la anti-emotividad, la asertividad y la temeridad, entre otros muchos. Entiende Dolera que casi todos los hombres concebimos así nuestra masculinidad y, por tanto, somos continuadores del patriarcado, lo cual explicaría la violencia machista.

Creo que esta visión no se corresponde con lo que la inmensa mayoría de hombres intentamos encarnar. La gran mayoría de hombres rechazamos ese modelo de ser hombre, al mismo tiempo que rechazamos cualquier relación afectiva que se base en la dominación. Son los que no lo hacen así quienes no son verdaderamente hombres. Precisamente por esto, identificar al varón como el enemigo a batir por el feminismo es una injusticia. Es una injusticia, porque olvida a la abrumadora mayoría de hombres que aborrecemos la violencia contra la mujer, que jamás tocaríamos a una sin su consentimiento, que hemos nacido convencidos de la igualdad radical entre ambos sexos, y que bullimos de rabia con historias como la de Laura, de asesinos y violadores que ojalá nunca hubieran nacido. Es verdad que sólo un hombre puede cometer los delitos de violencia de género, precisamente por su definición legal. Pero todas las personas pueden ser sujetos activos de un homicidio, y eso no las convierte en potenciales homicidas, salvo en un sentido rebuscado. Acierta Pepa Bueno cuando dice que «la mayoría estamos rodeadas de hombres con los que nos tratamos de igual a igual, hombres que domestican el machismo aprendido para convivir con sus amigas, sus novias, sus compañeras...»

Además, esta identificación del hombre como enemigo es peligrosa, porque conduce como un reflejo a la indignación de algunos hombres, que rechazan esa propaganda negativa sobre ellos, y se acercan más a posiciones machistas, precisamente en respuesta a esa propaganda, lo que los hace -paradójicamente- caer en ese modelo machista que denuncia Dolera. Como señala el polémico psicólogo canadiense Jordan Peterson, «cuando anulas a un hombre, aumentas su amargura y su resentimiento (...). Y entonces sí se vuelve agresivo». Si se concibe al hombre en sí como sospechoso, se ahonda en la confrontación hombre-mujer, que es precisamente lo que se debe eliminar. Como sigue diciendo Pepa Bueno, «nos necesitamos todos para desmontar pieza a pieza este Lego de siglos que afecta a la educación, a la economía, a la cultura».

Además, la reacción contra los crímenes machistas debe tener cuidado en no caer en el populismo punitivo, denunciado célebremente por Fermín Morales en La utopía garantista del Derecho Penal en la nueva Edad Media. La derecha incurre en este populismo punitivo cuando apela a los crímenes machistas para justificar la prisión permanente revisable; pero el feminismo no se queda lejos cuando ignora la diferencia entre abuso, agresión y violación, cuando exige la prisión preventiva ante cualquier denuncia por estos delitos, y cuando reclama penas desproporcionadas para cualquier delito sexual. De esta manera, como bien denunciaba la editorial de El País del pasado jueves, se utiliza la desgracia para justificar el propio proyecto político autoritario. Es el juego de la derecha, y el feminismo no debería caer en él.

En fin, que el cobarde asesinato de Laura Luelmo no debe ser instrumentalizado. Ni para criminalizar al hombre, ni para justificar el autoritarismo punitivo. Sólo una concepción garantista del Derecho Penal, que respete la presunción de inocencia y los principios de proporcionalidad, puede dar una respuesta jurídica solvente al drama de la violencia machista. Sólo un feminismo cooperativo, que conciba al hombre siempre como aliado, y que rehabilite su imagen en la conciencia colectiva, sólo un feminismo que recuerde cuando condena el machismo que también los hombres lo condenamos, sólo un feminismo que recuerde en positivo a todos los padres, abuelos, novios, hermanos y amigos que, en el pasado y actualmente, han deplorado y deploramos la violencia sobre la mujer, puede mejorar la sociedad, porque contará con el apoyo de todos, y de todas.