Ahora resulta que la oposición iraní financia a Vox. El periódico dice que el pagano es un grupo marxista islámico. Marxista e islámico, nunca fue tan lejos la poligamia reconocida en El Corán (pero no en El Capital, que yo sepa). En vez del marcial «¡Arriba España!» les saludaremos con un ¡Allah-u-akbar, camarada!
Uno de los grandes logros de esta fase de la evolución -que bien pudiera ser putrefacción- es que la tele ha logrado trasladar al terreno político su ley de hierro: cuanto más botarate sea el invitado, más hay que pagarle, es bueno para la audiencia. Así que no me extrañaría que Vladimir Putin financie a Donald Trump. O a Marine Le Pen. O a Matteo Salvini, como nunca se acaba de demostrar, pese a que les sorprendieron, varias veces, con la pistola humeante, o sea con el calzón abajo.
Tampoco me espantaría enterarme de que a Carles Puigdemont le financian su piso en Waterloo los nacionalistas flamencos que, a falta de otros méritos, consiguen que la vieja CiU parezca incluso de izquierdas. Puigdemont carece, que yo sepa, de habilidades financieras, no como la familia de Jordi Pujol que se daban todos mucha maña fent país, que era su pintoresca manera de referirse a la producción de incrementos patrimoniales.
Ya puede decir la ley lo que quiera que siempre ha habido internacionales que han socorrido a sus afines o incluso a sus contrarios si se lograba mejor el efecto buscado. La primera internacional fue el Vaticano y pese a ser estado extranjero financió y se dejó financiar por la Democracia Cristiana. Alcide De Gasperi hablaba con dios y Giulio Andreotti con los curas.
Como se habrán liado las cosas que me pregunta un amigo cual es el dirigente europeo que más admiro y yo, que fui agente de la IV Internacional, contesto sin dudar: Angela Merkel. Fue eficaz: pactó con el SPD y mantuvo a su país en la onda de la prosperidad. Y fue decente como demostró con la crisis de los refugiados. Por ellos se enfrentó a su partido y a la extrema derecha. Igualito que Pablo Casado.